Por si acaso

Pablo Gutiérrez-Alviz

pga@grupojoly.com

Atrapados en la red

Las redes sociales empiezan a ser la cueva donde se esconden, anónimamente, muchos malvados

La presunta bondad de internet como medio neutro de comunicación y expansión del conocimiento se desvanece cuando se utiliza, con demasiada frecuencia, para propagar el odio y la ignorancia. Las redes sociales empiezan a ser la cueva donde se esconden, anónimamente, muchos malvados y desde la que emiten crueles mensajes de resentimiento personal y político. La perversión engancha a bastante gente. En Cádiz, seguro que alguien podría decir que hay mucho carajote online.

Dos recientes sentencias del Tribunal Supremo han podido abordar el discurso del odio en la red. En ambas se enjuiciaban casos de unos sujetos que se dedicaban en Twitter o por Facebook a hacer apología del terrorismo y a humillar a las víctimas de esta lacra. La primera, de 13 de julio, tuvo que calibrar, entre otros, el siguiente tuit: "¿Cómo monta a caballo Irene Villa? Con velcro". Y la segunda, de 2 de noviembre, reproducía también variados mensajes vejatorios como: "A mí no me da pena alguna Miguel Ángel Blanco, me da pena la familia desahuciada por el banco".

Estos maléficos internautas alegaron como defensa la lesión de los derechos constitucionales de libertad ideológica y de expresión. El Alto Tribunal español resuelve que si bien el derecho a la libertad de expresión tiene un carácter preeminente en los sistemas democráticos, siempre está limitado por la prohibición de la alabanza de las actividades terroristas y el respeto a sus víctimas. La libertad de expresión no puede amparar el discurso del odio que se expande ilimitadamente por la red como germen, más o menos remoto, de nuevas acciones terroristas. Dichas ejemplares resoluciones terminan condenando a esos indeseables por su intolerable conducta.

Anteayer la Audiencia Nacional absolvió a Zapata, un concejal de Madrid, por unos antiguos tuits en los que mezclaba con zafiedad a Irene Villa con las niñas de Alcasser o a Rajoy con Marta del Castillo. Este Tribunal acierta porque, salvo Villa, que no se sintió ofendida, no se trata de víctimas del terrorismo y solo son provocadoras groserías que su indigno autor califica como chistes de humor negro.

La gran ventaja de internet radica en que estos canallas acaban siempre identificados. Y aceptada la autoría, quedan atrapados en su propia red. Unos, como iracundos delincuentes y otros, en este caso representados por Zapata, como unos perversos cretinos.

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