Lo de Cifuentes y la sanidad andaluza que pagan los madrileños es un disparate pluridimensional. Una tontería jurídica porque los impuestos los pagamos las personas físicas y jurídicas, no las autonomías, que los cobran, en parte, y los gastan a gusto. Una tontería técnica, porque rige el principio de unidad de caja. Una tontería económica, pues muchos impuestos que se cobran en Madrid se recaudan en Andalucía y hay andaluces que tributan allá y madrileños que se hospitalizan aquí. Una tontería política, pues da cobertura ideológica a los nacionalismos que, a diferencia de la señora Cifuentes, sí van en serio. Una tontería partidista que complica las aspiraciones del PP en una tierra que es un vivero de votos imprescindible. Y una tontería estratégica, en cuanto que le da a Susana Díaz aire para salir de la asfixia del atasco del PSOE.

Todo esto ya lo están explicando muy bien otros. Aquí trataremos de ir a la raíz del problema. Que estriba en la estructura de la descentralización española, donde cada región tiene su parlamento correspondiente. Supone un gasto brutal en sueldos numerosos, que tendría que haberse evitado con una descentralización de un sesgo más administrativo y, si acaso, ejecutivo. Pero el gasto es lo de menos.

Los parlamentos por doquier producen una ficción de cortes generales. Y justamente lo que reside por concepto en unas cortes es la soberanía y el control de los presupuestos. Que son, fíjense, los dos graves problemas que nos plantea la situación política de España: la atomización nacional y la obsesión contable de las balanzas fiscales. Son los efectos automáticos de una autonomización parlamentalizada. La existencia del órgano crea la función. La disfunción. Un parlamento regional lleva inexorablemente a unas fantasías más o menos soberanistas y a unas cuentas más o menos egoístas. Que se presentarán con mayor o menor virulencia, dependiendo, por supuesto, de los contrapesos sociales, económicos o históricos que existan en cada sitio, pero que se presentarán, sin duda, en todos.

Cuando uno se pregunta cómo Cifuentes, a la que se le atribuye una inteligencia media, siendo, encima, la presidenta del rompeolas de las Españas, pudo cometer una torpeza tan plurievidente, hay que buscar la respuesta más racional, y no el insulto bumerán. Late una dinámica en la arquitectura del estado de las autonomías que nos lleva de cabeza a estas cosas.

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