Asia a un lado, al otro Europa

Los españoles que antes de la crisis y atentados íbamos en manada dejamos de ir y ahora esperan que volvamos

Los que hicimos el antiguo bachillerato, aprendimos de memoria en clase de Geografía, los accidentes geográficos del mundo. Para un servidor, resulta de especial satisfacción comprobar, cuando los ves físicamente, como se hace realidad lo que situaste de forma imaginaria en aquellos mapas mudos. En oriente medio, me gustaban las palabras esdrújulas como Mármara, Bósforo o Galípoli que evocaban junto a Dardanelos y Mar Negro ecos de aventuras, batallas y exotismo. Pensaba en ello y en la Canción del Pirata, de Espronceda, aprendida, claro está, también de memoria, navegando por el Bósforo y contemplando las laderas europea y asiática de Estambul. Los mastodónticos petroleros que caminan pesadamente hacia el Mar Negro son cruzados a proa y popa por un enjambre de pequeños barquitos, remolcadores y ferries que dan la sensación de tejer con sus estelas un bordado primoroso en la mar. En el aire se entrecruzan también, las voces de los muecines, llamando a la oración desde los minaretes de cientos de mezquitas, creando una atmósfera especial. Estambul es una inabarcable ciudad, de más de 17 millones de habitantes. Paseando tendrías la sensación de que estás en una ciudad europea cualquiera, si no fuera por la cantidad de mujeres ataviadas con el burka, que me resulta inquietante. Turquía, atraviesa dificultades económicas que han tirado por los suelos la lira turca. Comer o cenar hoy, en un restaurante de lujo, con todos sus avíos, no representa un gasto de más allá de 18 o 20 euros por comensal. Los españoles que antes de la crisis y los atentados, íbamos en manada, dejamos de ir y ahora se muestran esperanzados en que volvamos. Los que sí vuelven son los trasplantados de pelo, un cuarto del pasaje del avión estaba formado por ellos, que caminan con unas bandas llamativas que sujetan los apósitos a la cabeza. Para presumir, hay que sufrir.

Santa Sofía, la Mezquita azul, los palacios de Topkapi y Dolmabahce o la Cisterna Romana, son lugares de admiración. Hay algo que ensombrece la visita: las niñas refugiadas sirias, pidiendo en la calle. Una se levantó la camisita, para enseñarnos las cicatrices de su torso quemado. Turquía es el tapón de Europa para los refugiados. Acogen, por dinero, a más de cuatro millones de sirios. Mientras el legado de Ataturk, el padre de la nación turca laica y europea, se va por el sumidero, un nuevo sultán, Erdogan, se construye una mezquita, con muchos minaretes, en Estambul y vive en un palacio de lujo... asiático.

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