Ascensor

Tanto Abascal como Iglesias han construido su discurso fomentando el odio al adversario con toda clase de mentiras

Por lo visto, Pablo Iglesias y Santiago Abascal han coincido en un ascensor del Congreso y se han puesto a charlar de sus cosas, como si fueran dos jubilados tomando el sol en un parque público. Como Abascal tenía que llevar muletas porque había sufrido un accidente deportivo, Pablo Iglesias le ha recomendado ir al médico, o cuando menos al fisio. Abascal le ha contestado que él es vasco y que los vascos son así. Como diálogo, es evidente que esta conversación no pasará a la historia del ingenio humano. Y ningún guionista podría construir un guión mínimamente interesante con esta conversación ocasional en el ascensor. Otra cosa sería saber lo que se habrían dicho estos dos líderes si se hubieran visto a solas, sin testigos. En cualquier caso, los dos políticos han reconocido después del encuentro que su charla ha sido cordial y que la cordialidad debe ser la norma que presida toda relación entre políticos, por muy opuestas que sean sus ideas.

Sí, claro, esta cordialidad está muy bien, pero el problema es que tanto Abascal como Iglesias han construido su discurso fomentando el odio a sus adversarios políticos con toda clase de mentiras y bulos y exageraciones histéricas. Y una vez que se inocula el odio en la vida de los ciudadanos, ese odio actúa como un veneno colectivo que nadie va a poder contrarrestar. Gracias al odio que propagan en beneficio propio, esos políticos han llegado al poder (o como mínimo al Congreso), y por ello disfrutan de un buen sueldo público y viven muy bien y disponen de asesores y presupuestos pagados por el contribuyente. Pero el odio que les ha permitido disfrutar de todos esos privilegios sigue suelto como el genio de la lámpara maravillosa. Sólo que en este caso se trata de un genio maléfico que no ofrece nada más que rencor y rabia a quien confíe en él. Y mientras Abascal e Iglesias bromean en el ascensor, muchos de sus simpatizantes sueñan con eliminar como sea de la vida política a sus oponentes ideológicos.

En los años 30, muchos parlamentarios tenían que ir armados a las Cortes, y de hecho la Guerra Civil empezó cuando un grupo de pistoleros decidieron eliminar -y no sólo de forma metafórica- al Santiago Abascal de su época. Por fortuna no vivimos en los mismos tiempos siniestros, pero el odio difundido por unos y otros -o mejor dicho, por Hunos y Hotros- no nos va a traer nada bueno.

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