Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

¿Aprenderemos de esto?

La clave del progreso humano es unir miles de mentes con artefactos intelectuales como la religión o las leyes

Como no sabemos hasta dónde da de sí el virus ni cuándo se dispondrá de una vacuna que le ponga coto, no sabemos tampoco en qué fase exacta nos encontramos en esta pesadilla colectiva, tan rara, invisible, sumergida e inasible. Uno aventuraría que hemos pasado sucesivamente por algunas etapas, no pocas de ellas solapadas, y siempre con la muerte que subyace: negación, guasa incluso; novelería de confinamiento con cánticos y otras expresiones entre el show y el buen rollo; temor y abismo económico para muchos, concienciación al fin, debate de epidemiólogos de bajo perfil, estallido del odio político en red social (bipolar y sin concesiones al credo opuesto), avistamiento de la luz al final del túnel. Con otra luz, ya no mortecina de gálibo como la de la salida de un íncubo, sino esplendente de un día de esta primavera que hubiera sido gloriosa en condiciones normales, ayer me senté por primera vez tras casi dos meses en una terraza con servicio de mesas, y aunque no es la misma historia y habrá que ponerle ganas a superar el repelús al trasteo de vasos y presencias, lo tomaré como el principio del fin, con respeto imponente hacia quienes murieron en este sordo embate de la historia, personas que se fueron de forma oculta y casi anónima.

La vida sigue, y lo hará sin nosotros si no tomamos buena nota de la nadería que somos. Uno de los libros pendientes que he leído en este confinamiento ha sido Sapiens, de Yuval Noah Harari. Me hizo caer en la cuenta de que la clave de la maravilla de la obra humana en 20.000 años -un soplo- está en ser capaces de actuar conjuntamente cientos y miles de personas, superando la tribu, y hacerlo por causas comunes: creencias, empresas, leyes y otros artefactos humanos intangibles de enorme potencia. ¿Realmente esta desgracia contribuirá a ese acervo psíquico común? Permitan que mantenga cautelas serias con respecto a la capacidad de aprender de las masas. A pesar de estos nexos intelectuales, no dejamos de ser animales, y a veces de zahúrda. Capaces de emporcar nuestro medio: un parque, con restos plásticos y malolientes, sin tener narices de recoger los restos de nuestra juerga; el océano. No ayuda a tener esperanza ver un reguero de guantes de quita y pon, quizá infectados, en la misma puerta del sitio donde compramos los alimentos, un escenario que se antoja una metáfora visual de lo autodestructivo de la forma de vivir consumista y desnaturalizada contemporánea (no todos somos iguales, huelga decirlo: sí somos todos humanos). Así, no; así avendrá otro terremoto, hasta el final. Y lo mereceremos.

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