ANTEPONIENDO mis disculpas por el atrevimiento de dirigirme a SS.MM. cuando ya he sobrepasado en más de medio siglo la edad adecuada para escribirles, recurro a su probada magnanimidad para que sea atendida mi solicitud. En sentido estricto no les pido que me traigan nada, antes al contrario, mi intención es más bien que se lleven algo conjeturando que, una vez aliviadas de su generosa carga de juguetes, las eficientes reatas de camellos que les sirven de transporte deben de regresar a Oriente de vacío. Sabiendo de la irregularidad de mi petición, me apresuro a justificarla con dos sencillos argumentos. En primer lugar, y sin ánimo de ofenderles, en el evidente descenso de su nivel de popularidad provocado por la progresiva penetración en el negocio de los regalos del orondo Papá Noel (beneficiado por ir, cronológicamente, por delante de ustedes) y en segundo término en el hecho de que España es uno de los últimos bastiones en que todavía le ganan la batalla a ese intruso yanqui.

Como les supongo enterados de nuestra desastrosa situación política y económica, creo que convendrán conmigo en que su actividad se verá tan seriamente afectada como la de miles de empresas españolas que están teniendo que echar el cierre e incluso no es disparatado aventurar que, a pesar de su solvencia y tradición, a su “compañía” también le acecha la quiebra. Por tanto, mi sugerencia es que ustedes nos echen una mano ayudándonos a reducir el gasto público para, de camino, poder garantizarse durante algunos años más sus viajes de Epifanía. Existen en España una serie de instituciones que, aun siendo perfectamente inútiles (excepto para quienes forman parte de ellas), nos cuestan un ojo de la cara y nos sentiríamos muy aliviados si nos hacen el favor de cargarlas en sus camellos para depositarlas en los lejanos confines de donde Vds. vienen: el Senado (resort para ocio y disfrute de enchufados políticos); un buen puñado de diputados del Congreso (con la “disciplina de voto” es todo un derroche mantener a 500 tíos solo para apretar botones); los parlamentos autonómicos (nidos de piratas especializados en esquilmar las arcas del estado); los sindicatos y su caterva de liberados (expertos en usar los trabajadores en beneficio propio); las televisiones autonómicas (carísimos juguetes en manos de reyezuelos regionales) y todo un sinfín de empresas, fundaciones y patronatos diseñados para repartir prebendas.

Si nos hiciesen ese enorme favor, España se quedaría con una administración más razonable, eficiente, barata y sin la legión de parásitos que ahora la engordan. Puede que piensen (y quizá no les falte razón) que los “malos” somos los propios españoles. En tal caso les ruego que se ahorren el consabido carbón. ¡Ya tendremos bastante con el que nos obsequiará el Gobierno de trepas sin escrúpulos que se formará justo cuando Vds. se vayan!

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