Cuando Fernando III de Castilla (el Santo) conquistó Córdoba, una de las primeras decisiones que tomó fue la de utilizar la Mezquita para el culto cristiano consagrándola a la Virgen María. Tan drástica variación en lo confesional no se vio, sin embargo, acompañada por demasiados cambios en la apariencia de tan soberbio edificio, solo se añadieron algunas pequeñas capillas y sepulcros y se devolvieron las campanas robadas por Almanzor a la catedral de Santiago. Así permaneció tres siglos hasta que a finales del XV el protegido de la reina Isabel, el obispo Iñigo Manrique, persuadió a esta de la necesidad de construir una catedral convencional en medio de la Mezquita. La obra se llevó a cabo en tiempos de Carlos I que ya en su primera visita fue consciente del crimen arquitectónico que se estaba cometiendo: "Habéis destruido lo que era único en el mundo y habéis puesto en su lugar lo que se puede ver en todas partes". Paradójicamente, el mismo emperador -cautivado sin duda por su bellísima esposa Isabel de Portugal y tras una luna de miel de seis meses arrobados en los aposentos del Mirador de la Reina- impulsó una aberración parecida al amparar la edificación del palacio que lleva su nombre en el corazón de la Alhambra granadina. El menosprecio hacia el patrimonio cultural del oponente derrotado ha seguido siendo norma habitual en el transcurso de la historia nacional quizá con la notable excepción de la Transición de 1975 en que se dejó atrás un régimen dictatorial para aceptar una democracia. No hubo reproches, se zanjaron las afrentas y se apostó por un país que, dejando por fin atrás el pasado, ponía sus miras en el futuro. Sin embargo, medio siglo después los partidos de izquierda carentes de ideas y proyectos ilusionantes que ofrecer a la ciudadanía ha optado por apelar a la faceta emocional resucitando los viejos enfrentamientos de la guerra civil a través de la llamada "Memoria Histórica". Al más puro estilo talibán, el gobierno anhela demoler, por ejemplo, el Valle de los Caídos y, a modo de "tentempié" organizó la "performance" berlanguiana de sacar (helicóptero mediante) al dictador de su tumba. Ahora un zascandil al que los gaditanos eligieron alcalde, ha retirado una placa de la casa natal de D. José María Pemán. El escritor y humanista que, entre sus muchos méritos, tiene el de ilustrarnos sobre la sabiduría popular a través de la serie "El Séneca", es a los ojos de este ignaro y sectario dirigente un peligroso ejemplo de fascismo. Sánchez Mazas, Agustín de Foxá, Luis Rosales, Leopoldo Panero, Manuel Machado , Pedro Muñoz Seca… o, Dalí, Santiago Bernabéu e incluso ¡Manolete! son silenciados en la Memoria Histórica por su supuesto compromiso falangista. Gracias a estos cernícalos la milenaria Cádiz se quedará sin Pemán, el Ramón de Carranza y, pronto, sin el Teatro

Falla, si se enteran de que D. Manuel es el autor del "Himno Marcial" … ¡la marcha del Ejercito Nacional de Franco!

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