Amarga lección de Fidel

La muerte de Fidel Castro en el poder debería sentar a reflexionar a todos los demócratas del mundo

Unicamente cabe celebrar las muertes de los santos, porque son el remate de una vida redonda. Tanto que se llama diesnatalis al deceso, cerrando el círculo. La muerte de nadie más tiene ninguna gracia. Eso, en general. En particular, la muerte que ya no conviene celebrar jamás es la de un dictador implacable que murió instalado en el poder. A mí, como anticomunista, me daría bastante vergüenza celebrar la muerte de Fidel.

¿No es celebrar una impotencia, acaso? Si al dictador, siendo tan despiadado, llevando a la hermosa isla de Cuba a la ruina y al hambre, sólo fue capaz de derrocarle la muerte, que ésa no falla, aunque incluso a ésa Fidel Castro se le ha resistido lo suyo y le ha dado bastantes esquinazos, si fue la muerte, el anticastrismo no tiene nada de lo que enorgullecerse ni tampoco los partidarios de la democracia y los derechos humanos. Es, más bien, el momento de preguntarse qué hemos hecho tan rematadamente mal.

Por supuesto, el poder tiene a su disposición los medios para sostenerse en el ídem, que es su primordial círculo vicioso. Los poderosos de todos los países, con independencia de ideologías, se apoyan en una colosal muestra de complicidad o, al menos, de corporativismo: no hay nada más que leer los comunicados oficiales tan correctos y repeinados de los gobiernos del mundo, empezando por el nuestro. En política interna, la tendencia del ser humano al maniqueísmo y a los bandos irreconciliables ayuda mucho, porque una parte de la población, por pura división de papeles e impuro aprovechamiento, se pone de parte del dictador contra la otra parte. Ni, aunque me duela especialmente, hay que desdeñar el factor conservador, incluso en una dictadura marxista: los que prefieren quedarse como están, aunque estén mal, porque más vale malo conocido. Fidel era muy malo, sí, pero muy conocido. De remate, el exilio masivo hizo que los sectores más activos de Cuba se volatilizaran. Julián Marías tiene muy escrito y defendido el deber moral de quedarse en el propio país cuando las cosas vienen mal dadas para tratar de cambiarlas. Lejos de mí criticar a los que se exiliaron, que comprendo muy bien, pero su ausencia se ha notado y se nota en la isla.

En las redes sociales se discute sobre la figura de Fidel: unos se empeñan en ridiculizar a los que lo defienden u honran, olvidando que se ridiculizan solos. Lo duro es lo que duró; que debe sentarnos a pensar.

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