Almanaques y pronósticos

El nacionalismo ha dejado ya de ser un fantasma y una amenaza para convertirse en monstruosa realidad

Cada año, al cambiar por estas fechas el calendario, se plantean dos preguntas: qué novedades aguardan en el próximo año y cómo valorar lo que ha dejado, tras su paso, el año transcurrido. Son preguntas ineludibles, la tradición las ha impuesto y, además, siempre hay alguien dispuesto a responderlas. En unos casos, porque les gusta ejercer la labor de profeta y vaticinar lo que ha de llegar, y, en otros, porque les encanta oficiar de hermeneutas, luciendo esas facultades que permiten interpretar lo ya pasado. Son momentos delicados, en los que al cambiar el almanaque, arrecian las dudas, y resulta inevitable mirar, con desconcierto, atrás y adelante, buscando un signo, un presagio, por simple que sea, que ofrezca alguna seguridad frente a las fluctuaciones del azar. Por eso, siempre en estas ocasiones de cambio, hacían su agosto los adivinos y los astrólogos. Un escritor tan ocurrente y buen prosista, como Torres de Villarroel, consiguió gracias a sus series de Almanaques y pronósticos -recientemente estudiados por Fernando Durán- alcanzar una fama y unos beneficios sorprendentes para un hombre de letras en la España del siglo XVIII. Incluso, en estos días, aún se edita el Calendario Zaragozano, cuyas ingeniosas recomendaciones para la siembra o la cosecha compitieron favorablemente, en el mundo rural, con la más avanzadas previsiones meteorológicas. Y las páginas de horóscopos mantienen aún su presencia en la prensa más popular y cuenta con buen número de seguidores. Pero aún se podría forzar más la continuidad de esa tradición, y relacionarla, irónicamente, con ciertas secciones periodísticas actuales que han heredado la antigua función de aquellos almanaques de pronósticos. Porque es difícil que un escritor, en su tribuna o columna de opinión, no caiga en la tentación de valorar, como hermeneuta, el año transcurrido, o de lanzar, como profeta, algún presagio sobre los sucesos que se avecinan. Es un momento privilegiado para opinar, hay toda una costumbre que lo justifica y resulta difícil sustraerse a tan vanidosa tentación. Por ello, incluso el que esto firma quiere sucumbir a ella, y atreverse a valorar el año transcurrido como un horror, dado el auge adquirido por doquier (el Mundo, Europa, España) de los nacionalismos. El nacionalismo ha dejado ya de ser un fantasma y una amenaza para convertirse en monstruosa realidad. Pero aún hay más: porque también, para el que esto firma, el vaticinio para el año próximo coincide con lo mismo: el nacionalismo y sus variantes pueden continuar determinando grotescamente nuestras vidas.

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