Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Allons enfants

La madre del cordero es la ignorancia. Llevaba Hamelin décadas pidiendo un flautista. Pues bien: aquí lo tienen

Escribo estas líneas cuando aún no se han conocido los resultados oficiales de las elecciones presidenciales en Francia, aunque las encuestas a pie de urna (trampa para gatos donde las haya) dan por sentado que Marine Le Pen pasará a la segunda vuelta, como probablemente lo harán Macron, Fillon y Mélenchon (disculpe, lector, si finalmente no es así). La primera vez que Jean-Marie Le Pen pasó a una segunda vuelta la conmoción no fue pequeña más allá de Toulouse, aunque ahora se espera con naturalidad que la continuadora de la saga repita semejante éxito; más aún, hoy parece bastante menos improbable que se haga con la Presidencia, lo que ya es decir. Hay sobre el particular un dictamen casi unánime que me llama poderosamente la atención: Marine Le Pen ha ganado el voto de cierta clase obrera desencantada con la izquierda gracias a un discurso que, por un lado, reduce (aunque tampoco rechaza) las soflamas xenófobas y ultraderechistas de papá Jean-Marie, mandado a callar, y por otro subraya las propuestas nacionalistas, proteccionistas y populistas (sea lo que sea eso) con una Francia fuera de la UE y menos trabajadores inmigrantes contra los que competir. Sospecho que yace cierta imagen cavernaria de la clase obrera bajo este tipo de análisis. Pero creo que los tiros, con perdón, van por otra parte.

El ascenso de Le Pen se corresponde con el de otros agentes reaccionarios que, ante la sangría de la crisis, proponen cerrar puertas y fronteras para que al menos nos dejen tranquilos. Pero sería erróneo, además de injusto, achacar este ascenso a una clase obrera: más bien habría que responsabilizar a una Europa abúlica, ensimismada, inmadura, torpe y obesa que únicamente sabe reaccionar cuando le comen la merienda con el ya nojuego. Podemos consolarnos, todavía, con los argumentos de clase, pero quienes han puesto ahí a los nacionalistas son quienes creyeron en su día que con el graduado escolar iban a tener bastante y hoy se quejan de que los médicos e ingenieros latinoamericanos vienen aquí a quitarles el pan. No, la clase obrera ya es otra cosa (por más que algunos insistan en adjudicar la etiqueta exclusivamente a quienes bajan a la mina; ¿desde cuándo ha sido obrero un intelectual, aunque tenga que pagar por trabajar?), pero la que siempre es igual es la madre del cordero: la ignorancia.

Porque sólo un ignorante admitiría que su bienestar pasa por el aislamiento y la clausura de su entorno y la consideración de intruso a quien se quede al otro lado. Llevaba Hamelin décadas pidiendo a gritos un flautista. Pues bien: aquí lo tienen.

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