Los prodigios pueden -más bien suelen- llevar alguna maldad en la trastienda. El prodigio de la conexión universal, ilimitada y en red que representa internet también da cobijo y eco a los miserables y los canallas. Los haters (odiadores, según la jerga del medio) más crueles no se han visto en otra. Hay un tipo de vomitador de resentimientos que es capaz de traspasar toda barrera no ya de la compasión que caracteriza a algunos animales, incluidos los humanos, sino que llega a hacer sarcasmo sobre la peor desgracia de una inocente criatura de dos años y su familia. Todo vale si es para el lucimiento -es un decir- de mi excrecencia mental, de mi podrida alma, parecieran decirse.

Miles de opiniones y de horas de televisión e hilos de Twitter, de cotilleos muchas veces más morbosos que compasivos ni apenados han invadido nuestra cotidianidad en estas dos últimas semanas en las que el pequeño Julen ha estado aterradoramente encerrado en el fondo de una estrecha sima en una finca de Totalán, quizá ya muerto desde mucho antes de que su cuerpo fuera rescatado ayer. Vaya por delante que no he seguido nada de la excesiva narración de los hechos salvo por lo inevitable de la exageración y falta, como decimos, de verdadera compasión (así lo considero). Manosear la desgracia la convierte en espectáculo. Con repulsión en los dedos, reproduzco un tuit de entre no pocos que se han literalmente cachondeado de lo sucedido, respetando su ortografía: "Escarva, escarva, haber si encuentras algo por ahí", a lo que otro miembro de una red o lo que sea -no le daremos aquí cancha, ojalá se la dé la Policía- responde: "Es que el niño este es muy vivo. O no". El columnista de esta casa Martín Domingo, por quien sé de esto, lo define con amarga guasa: "Una buena tragedia merece mejor comedia. ¡Menos guardias y mineros y más graciosos tuiteros!". Omito sus insultos, nunca tan merecidos.

Una segunda lectura mueve aún a mayor desconsuelo. A fin de cuentas, estos mamarrachos no dejan de ser lo que son (y ahora me evito yo mis insultos). Se trata de un hecho que sugiero que comprueben: la impecable, ejemplar y esperanzadora colaboración de la Policía y otros cuerpos públicos, junto con los bravos mineros, en esta fatalidad ha sido suficiente para que los acomplejados habituales, sin llegar a los tuiteros de marras y su warholiana gloria, ironicen sobre la cuestión. A veces le da a uno que este país no sólo no tiene remedio, sino que cangrejea sobre su mala leche. Pero es injusto esto, bien mirado. Hay una mayoría silente y decente.

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