Pues sí que está seco, sí. Desde la altura que me ofrece este asiento del autobús que me lleva a Salamanca, se observa en su plenitud el maltrecho estado del pantano de Charco Redondo, que ni es un charco ni es redondo, convertido en un reguero que serpentea bajo un puente antiguo cuya travesía casi ni recuerdo.

El verano va a ser durito, Javierito, y los drones municipales tendrán que buscar en los patios de las casas de los vecinos las piscinas que estén llenas para dar de beber a los mares de aguacates, a los campos de golf y al puerto.

Volveremos a los depósitos en los tejados, a hacernos el lavado del gato, a nuevas subidas del agua embotellada, a cubos en los baños y a rezarle a San Isidro Labrador para que llueva.

Regresaremos al recuerdo del baño con palangana para quitarnos el salitre de la playa y a la falta de presión en la red que no llegará ni para que salten los termos de las casas.

Pero todo no va a ser malo. Vamos a lo positivo. Por ejemplo, tendremos justificación para entender la ausencia de agua y el abandono de la Noria Meriní del parque María Cristina, réplica de los restos arqueológicos de finales del siglo XIII hallados en la confluencia de las calles Rocha y Muñoz Cobos.

También conseguiremos comprender el porqué de las sequías que sufren desde hace años las fuentes del Milenio, que ha visto desde que se construyó menos agua que Lawrence de Arabia; la del Milenio, uno de los puntos estratégicos de entrada a la ciudad tras el Acceso Norte al puerto; y la de la plaza de España, en La Bajadilla (pero ésta es cascarón porque está en una barriada obrera y eso da oficialmente igual), por citar algunos ejemplos.

Y es que las fuentes se construyen en Algeciras para no tener agua y que las palomas tengan que emigrar obligatoriamente a la Plaza Alta, en las cornisas de La Palma, para beber de los chorritos de las replicadas ranas cuyos originales dice absurdamente la leyenda urbana que se llevó Paco Esteban, primer alcalde democrático de la ciudad.

Y es que la Algeciras que suena en el mundo Entre dos aguas, de Paco de Lucía, paradojas de la vida, es la ciudad de las fuentes secas, de las aguas robadas en la Garganta del Capitán para ser vendidas después a sus legítimos dueños.

Y es que ya lo decía Camarón, "como el agua clara que baja del monte, así quiero verte de día y de noche", pero el agua que baja del monte en Algeciras ya nos llega revalorizada y a precio de Solán de Cabras.

Nada de qué escandalizarse, todo sigue en nuestra tierra igual que viene ocurriendo por los siglos de los siglos. Y tampoco vayan a ponerse ahora a reactivar las fuentes y quitarles el polvijero que el Charco del que les hablaba, ni charco ni redondo, ahora sí que está ya para la extremaunción.

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