Mi abuela María Custodio, madre de mi madre, vivía en nuestra casa con mis padres y los seis hermanos. En mi recuerdo la conservo, siempre guapa, impedida en cama en una habitación que mi madre habilitó en la planta baja y en la que podía estar integrada entre el bullicio familiar las veinticuatro horas del día.

Yo era muy pequeño y no me perdía nunca Los Chiripitifláuticos que era un programa de televisión para niños con Locomotoro, el Capitán Tan, Valentina, el Tío Aquiles y los Hermanos Malasombra. A mi abuela le gustaban las pamplinas infantiles de aquella gente y las compartíamos delante de un televisor Lavis en blanco y negro, con dos canales y con el mando a distancia que era yo.

Los Chiripitifláuticos estaban ese verano de gira por España y, maravillas de la vida, actuaban en Algeciras, en la plaza de toros de La Perseverancia, pero la entrada costaba trece duros por niño (40 céntimos de euro), que ahora no son nada pero en aquella época era dinero sobre todo si lo multiplicabas por unos pocos nietos.

Pero mi abuela tiró de su pensioncita porque quería invitarnos y allá que fuimos a ver a los cómicos. Fue una noche mágica, ahí, en directo, en carne y hueso. Aquello me impresionó pero recuerdo especialmente el momento en el que entré en aquel coliseo de columnas, cuyo interior jamás volví a pisar, y que a un niño que no había salido de su barrio le pareció todo un planeta.

Poco después de aquello mi abuela murió y, como si fuera un presagio, a La Perseverancia la asesinaron y la derribaron en 1975. Escombros al vertedero y columnas repartidas por distintos puntos públicos y privados (4 de aquellas columnas flanquean la tumba del genio algecireño Paco de Lucía, imposible más honorable destino) y todo se hizo al más puro estilo de nuestra ciudad: abandonar hasta que se caiga.

Abandonar como se abandona todo, Las Escalinatas, Los Cuarteles, La Lonja, Los Arcos del Cobre, las Murallas, los patios, el río de La Miel… y tanto y tanto patrimonio dilapidado al servicio de un progreso entendido y gestionado por trincones y mangantes.

Y mira que tenemos maestros como Antonio Torremocha Silva, Angel J Sáez Rodríguez, Manuel Tapia Ledesma y mis amigos de AEPA2015 explicando claramente lo que fuimos, pero seguimos condenados a repetir la historia.

Así que los jóvenes que hayan llegado a estas alturas del artículo sabiendo de mi abuela no tienen que sufrir por no haber vivido aquellos tiempos porque pueden disfrutar los suyos propios. Bastará con leer un poquito a Torremocha hablando sobre la historia del asilo de San José, mirarlo en la actualidad junto a la plaza de Andalucía, con ese aspecto ajado, y esperar a su demolición, por mucha UCA, mucha ACCIONA y mucha residencia universitaria que lleven planeando mientras se deteriora de manera irreversible

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