Les supongo al tanto del escándalo que recientemente ha trastornado el universo del ajedrez. El vigente campeón del mundo, Magnus Carlsen, tras perder una partida con el joven estadounidense Hans Niemann en un importante torneo, le acusó de haber jugado sucio para ganarle. La biografía del señalado no le ayuda: Niemann admite haber hecho trampas en el juego entre los 13 y los 17 años, aunque niega rotundamente que las siga haciendo ahora.

Sea como fuere, no crean que el truco es algo novedoso en tan noble deporte. Se conocen casos de artimañas ingeniosas desde el siglo XVIII. Sin embargo, sí es cierto que todo se ha acelerado con el desarrollo de dispositivos tecnológicos que multiplican oportunidades y métodos de ejecutar la estafa. Tras la derrota de Gari Kaspárov ante la computadora Deep Blue, de IBM, en 1997, la inteligencia artificial no dejó de mejorar su habilidad de juego. Hacia 2007, ya no quedaban dudas de que el mejor ajedrecista del planeta era de silicio. Desde ese momento, la tentación de recurrir a su ayuda en encuentros entre humanos propició un sinfín de fraudes (auriculares con Bluetooh escondidos en la ropa, móviles ocultos en los lavabos, receptores del color de la piel mediante los cuales se pueden recibir señales codificadas que indican el movimiento a realizar o, entre otras muchas fullerías, el hackeo de los ordenadores del rival para conocer previamente sus análisis). Ni les cuento las posibilidades de engaño en enfrentamientos online. Por supuesto ese catálogo de triquiñuelas está siendo combatido, acaso sin demasiada fortuna, con el empleo de algoritmos preparados para detectar conductas sospechosas.

El avance de la técnica, cuya peor consecuencia es esta vertiente gamberra, no carece sin embargo de ventajas. Así, además de la mejora en el juego, el hecho de que el desarrollo de la inteligencia artificial en el ajedrez haya impulsado grandes logros en otros numerosos campos como la medicina, la agricultura o la meteorología.

Volviendo a lo ajedrecístico, como afirma Leontxo García, más allá del trasfondo moral, el presente alboroto anticipa un gran salto adelante: los expertos aseguran que nuestros cerebros estarán conectados a un chip antes de 10 años. Eso cambiará nuestras vidas y quizás acabará con el ajedrez actual. Son los tiempos que llegan, el amanecer de un horizonte extraño en el que las máquinas, poco a poco, transformarán el concepto mismo de humanidad.

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