No amanece ya con la misma luz. No amanece. El día se asemeja a la noche prolongada. La oscuridad es la dueña en este momento de la Historia. Las tinieblas tienen sus jefes que ordenan, mandan, pisotean, con tal de seguir atrayendo a sus manos el poder. Es la guerra sin sentido para nosotros, es con sentido para ellos, sicópatas que se regodean en el dolor ajeno. No tienen sentimientos, solo un hilo de sangre que surge de sus labios. Son sembradores de angustia, desesperación, llantos.

El tiempo camina a la par que el sufrimiento de millones de personas perdidas en la sinrazón. La esperanza parece estancada y apenas se escuchan cantos de liberación. Hay miedo a lo que pueda suceder si gritamos; hay miedo a defender la dignidad de otros cuando la nuestra está en juego: si hacemos esto o lo otro, ¿provocaremos la tercera guerra mundial?

Y pasan los días… Las bombas caen, matan a gente inocente que lo único que intenta es sobrevivir. Estamos acostumbrados a los sonidos de las alarmas, a los refugios en sótanos o en lugares que, en ocasiones, son la antesala de la muerte. Estamos acostumbrados a la huida de seres humanos acorralados en sus ciudades. Son personas que dejan atrás algo que ha sido parte esencial de su vida, por no decir aquello que fue su auténtica vida hasta el momento que el dictador decidió hacer realidad su paranoia, su deseo de ser más fuerte que los débiles y mostrar al mundo que él es el único poder a respetar por aquellos que viven junto a las fronteras de su "gran patria".

¿A quién le puede extrañar que en la calle notemos ciertos aires de tristeza viendo las imágenes que nos muestran los medios de comunicación? Cada vez nos parece más lejano el mundo que soñamos, un mundo con justicia social en el que vivamos en paz; en el que las violencias de todo tipo desaparezcan, hasta aquella tan sofisticada que consiste en la desigualdad económica y en la imposibilidad que tienen algunos hombres y mujeres de llevar una vida sin carencias importantes, como son un techo, un trabajo, acceso gratuito a la salud, a la educación, en definitiva, a todos aquellos derechos que redunden en el bienestar personal y colectivo. Parece que hay un interés perverso en aniquilar nuestros sueños. Son nuestra única propiedad, no vamos a permitir que los pisoteen quienes siempre se dedicaron a cercenar la libertad.

Conservar la lucidez, la inteligencia, la sensibilidad, la ternura, para dejar de formar parte de ese colectivo al que traen y llevan las circunstancias, se convierte en una tarea ardua, imprescindible, para sentirnos humanos con todo lo que significa esa palabra. Con esas herramientas podremos parar la barbarie, la actual, y la que nos amenace en este contexto en el que nuestras seguridades han desaparecido, han saltado por los aires.

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