Ahora las vacunas

La voz de científicos independientes que no trabajen para los grupos de presión, apenas se oye

No salimos de una cosa y ya estamos en otra. Como si no fuera bastante con la que tenemos encima y lo que está por llegar, hay que sumar un añadido importante: la desconfianza. La propaganda, que siempre estuvo presente en todas las esferas de la sociedad, no es que lo domine todo, sino que ha conseguido anular cualquier atisbo de independencia. Si a ello unimos esa jaula de grillos que se ha dado en llamar redes sociales, tenemos el cóctel perfecto: la confusión. Y tras ella la desinformación, la manipulación e inexorablemente para las personas que pretendan pensar libremente, la desconfianza.

Casi un año llevamos ya bajo los efectos del covid-19 y todavía existen conceptos muy simples que permanecen confusos. La voz de científicos independientes que no trabajen para los grupos de presión, apenas se oye; está acallada por la de propagandistas y oportunistas varios que, por mucho que dispongan de un título universitario que justifique su presencia en los medios, todos sabemos que lo hacen siguiendo la voz de su amo, siempre a favor o en contra de decisiones dictadas, según beneficien o no a determinados intereses.

Para un tema tan simple como es el de las mascarillas, el debate se prolongó durante meses y todavía no están claras del todo ni la utilidad de algunos modelos ni determinadas circunstancias especulativas que giran en torno a su fabricación, distribución y venta. Las normas y restricciones varían, con frecuencia de forma incongruente, de unas comunidades a otras, de una semana para otra, de unos espacios públicos a otros.

Lo ideal sería dejar en manos de cada uno el compromiso de cumplir la normativa, pero la educación que se ha dado desde hace décadas en nuestro país está bien lejos de potenciar la responsabilidad individual y el respeto a lo colectivo.

Y ahora las vacunas. El dilema está servido. Tras la expectación creada en torno a ellas, las circunstancias en las que llegan solo alegra a los interesados y a las almas cándidas. Los datos sobre su eficacia no son bien conocidos, lógico ante la falta de experiencia, pero se habla de porcentajes inciertos de efectividad, de la necesidad de sucesivas dosis no siempre disponibles, prioridades a la hora de administrarla y, como fondo, una carrera desenfrenada para su comercialización por parte de empresas privadas. Todo ello conduce a una clara confusión y a una inevitable desconfianza.

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