La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Ahora depende de nosotros

Ya no podemos poner el foco en el 8-M, la falta de material, los protocolos sanitarios o el sistema público de salud

La desescalada y la vuelta a la mal llamada nueva normalidad está siendo pilotada por el Gobierno de la nación y los gobiernos de las comunidades autónomas con prudencia y sensatez. Las divergencias entre ellos o se ventilan con discreción o se mantienen sin estridencias, y ministros y consejeros no se dejan arrastrar por el estridente gallinero montado en el Congreso y en las sedes de sus partidos, que transitan ya por el camino de echarse a la cara los muertos de la pandemia -milagrosamente congelados por Pedro Sánchez, Illa y Simón- y arrojarse con furia el Código Penal como vulgares delincuentes, mayormente genocidas.

Aunque siguen dejando para mañana -mejor dicho: para nunca- el análisis de lo que hicieron mal, y algo harían mal para situar a España en los primeros puestos de contagios y letalidad del mundo, las instituciones afrontan esta etapa hacia cierta normalización de la vida nacional con precaución y sentido común. Tratando de reactivar la economía sin descuidar la salud pública, preparando el sistema sanitario para un presumible rebrote de la enfermedad y, en general, aprendiendo de los errores del pasado inmediato. Por eso, sus debates, restricciones y vigilancias se centran en los sectores y ámbitos de mayor peligrosidad; a saber: la afluencia de turistas, la enseñanza presencial, el transporte público, las playas y las aglomeraciones. Lo que más nos normaliza es lo que más peligros encierra.

¿Estamos los ciudadanos preparados para abordar esta situación? Tengo dudas. Ahora ya no podemos poner el foco en los fallos de la autoridad, las temeridades del 8-M, la exagerada fama de la sanidad pública, el caos en la adquisición de material de protección o los discutibles protocolos sanitarios. Ahora ya sabemos que las mascarillas no son ni convenientes ni prescindibles, sino necesarias y obligatorias, y que hay que guardar la distancia de metro y medio. Lo que yo veo es demasiada multitud alegre y confiada que desafía las normas con desparpajo y hasta orgullo (quizás cree que es valentía lo que no pasa de ser insolidaridad), demasiada confianza en que ya pasó todo, demasiada añoranza por los buenos viejos tiempos que probablemente no volverán. Hubo más de un millón de multas por saltarse el confinamiento en su periodo más rígido. Sería lamentable que, cuando somos casi libres, volvamos a las andadas. Y más lamentable aún teniendo en cuenta la tarea pendiente: la reconstrucción económica y social.

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