Mucho se comenta sobre la adolescencia y poco de lo que se dice parece halagüeño. Carga con el sambenito de ser una etapa a la que no se quisiera volver por considerarla turbulenta, por parecer que atravieses un puente colgante y caedizo, por la falta de razonamiento y exceso de rebeldía, por la falta de entendimiento, por la crisis de identidad que genera al no conciliar la imagen que uno tiene de sí mismo con la imagen que les devuelve su entorno, por el deslumbrante descubrimiento de los propios cuerpos que, sometidos, se convierten en esclavos de las modas a la vez que te sale el acné y las caderas, por ser un paso de escapar de la infancia anhelando ser aquello que detestan: adultos.

Es una etapa que crea una alarma generalizada: para los padres por la rebeldía de los hijos; para los hijos por la imposición de la voluntad de los padres. Lo realmente cierto es que el grado de tensión interna emocional generado en los jóvenes que empiezan a intentar a ser alguien por sí mismos requiere un elevado grado de comprensión y una conexión para intentar entenderlos y tomarse muy en serio sus intereses. Podrán aparecer situaciones que para un adulto serían reparables y sin embargo en el joven pueden provocar un gran desaliento y sentimiento de inferioridad que posiblemente influirá en su futuro carácter abocándolo a una introversión profunda.

Ya no son niños y supuestamente deberían estar educados, de manera que cualquier imposición o represión lo único que va a generarles es la rebeldía a la que tanto se teme. Empiezan a ser alguien por ellos mismos pero sin tener clara la idea de quiénes son. Lo que más necesita el adolescente es comprensión, confianza, solidaridad y apoyo. Y es aquí donde debería revisarse la implicación de los padres y ayudarles a vivir sin traumas esa necesidad de independencia afectiva.

En materia de educación suelo beber de las fuentes del filósofo y pedagogo José Antonio Marina, y encuentro que ha escrito un libro, El talento de los adolescentes, donde aparece una nueva corriente en la que se asegura que descubrimientos de la neurociencia hablan de que hacia los trece años se realiza un nuevo y completo rediseño del cerebro, una segunda oportunidad llamada la "nueva edad de oro del aprendizaje". Así que habrá que quitarle ya esa mala prensa que tiene porque no se adecúa a la realidad para considerarla una etapa decisiva, creadora, poderosa y ayudarles a su florecimiento.

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