Adiós, adiós

Casado frente a Sánchez era algo así como un combate a muerte entre un chihuahua y un pitbull. No hay color

Los que conocen a Pablo Casado dicen que es una buena persona: un tipo educado, correcto, respetuoso, amable. No lo dudo. El problema es que está -o estaba, es difícil saberlo a estas horas- rodeado de tal cantidad de incompetentes que esa bondad y esa amabilidad no servían para nada. Y lo peor de todo es que tenía enfrente, en la Presidencia del Gobierno, a un personaje sin escrúpulos que representa lo peor de la condición humana. En cierta medida, Casado frente a Sánchez era algo así como un combate a muerte entre un chihuahua y un pitbull. No hay color. Sánchez es capaz de hacer cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder: gastará todo el dinero público que haga falta -y eso que estamos en quiebra técnica- para asegurarse la lealtad de los sindicatos y de los grandes medios de comunicación y de un sinfín de organizaciones sociales que saldrán a la calle cuando a él le dé la gana para protestar frente a quien a él le dé la gana. Los sindicalistas de la sanidad pública que protestan en Andalucía, por ejemplo, jamás han salido ni saldrán a protestar en comunidades gobernadas por la izquierda donde se aplican los mismos recortes. El pacto entre onorabili cavalieri es muy claro. Y quien no quiera verlo es que posee la misma inteligencia -opaca y escasísima- que tenían los asesores de Casado y el propio Casado.

Además, Sánchez tiene un equipo que juega magistralmente a descolocar al adversario: cuando deberíamos hablar del precio de la electricidad o del Gobierno autoritario a base de decretos-ley o de los dos estados de alarma inconstitucionales, ahora estamos todos hablando de Casado y Ayuso en medio de la estupefacción general y las risas tabernarias. Es terrorífico. Y en estas condiciones, tener a Casado como líder de la oposición era un suicidio para toda persona que soñase con evitar la quiebra total de un país que está condenado -tal como van las cosas- a hundirse sin remedio. Porque España es el único país del mundo que está gobernado con el apoyo parlamentario de fuerzas independentistas que no creen en algo tan simple y tan imprescindible como el bien común. Los sesudos analistas al servicio de Sánchez se llenan la boca con el iliberalismo de derechas de Hungría y de Polonia, pero aquí también vamos bien servidos de iliberalismo, aunque nadie se atreva a reconocerlo.

Casado tenía que irse.

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