En una de mis primeras guardias tuve necesidad de reconocer a un exlegionario. Al despojarse de su camisa me sorprendió su espalda totalmente cubierta por la imagen de un crucificado. Era la primera vez que veía un tatuaje tan grande y a la vez tan distinto de los toscos dibujos que había observado en los marineros y, en especial, en la rama más 'canalla' de la profesión: los piratas (de cine) que acostumbraban a acompañarlos de pendientes y aretes de metal que acentuaban la fiereza de su aspecto (se decía que tras cruzar el Cabo de Hornos los marinos obtenían tres prerrogativas: ensartar un pendiente en su oreja izquierda, permanecer cubierto ante los reyes y poder mear y escupir contra el viento).Hasta hace no muchos años, pigmentarse la piel era cosa de colectivos marginales (maleantes, delincuentes, facinerosos y sectarios) o de pueblos salvajes y primitivos (recuérdese la cara completamente tatuada de "Queequeg" el arponero polinesio de Moby Dick). Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la gente 'normal' ha hecho suyos hábitos que antes les repelían y que por mor de insólitas modas ahora se consideran guay o cool. Piercings, tatuajes y extrañas costumbres como la de llevar los pantalones caídos (originaria de las cárceles norteamericanas donde, al objeto de impedir agresiones y suicidios, se prohibió el uso de cinturones) forman parte de la parafernalia habitual de los personajes (actores, cantantes, deportistas) que, presumiendo de un impostado espíritu de transgresión, marcan tendencia entre sus seguidores. Dragones que escupen fuego, tigres de fieros colmillos, serpientes sinuosas, águilas en vuelo o peces que se deslizan a lo largo de la espalda alternan con flores de espinas sangrantes, estrellas, calaveras, crucifijos, cenefas, zafios ligueros de pega y simétricas volutas que toman como eje la columna vertebral (y que tanto dificultarán, en caso de ser necesaria, la anestesia epidural). Los más 'místicos' se decantan por misteriosos trenzados celtas, inseparables nudos gordianos, frases con ínfulas filosóficas: "el dolor es inevitable, sufrir es opcional" o -fardando de latín- "amor est vitae essentia" y enmarañados diseños evocadores de las pinturas de guerra de las tribus del Pacifico Sur, quizá desconociendo que, tras derrotarlos, aquellos pintarrajeados guerreros acostumbraban a comerse a sus enemigos. Tanto es el auge del tatuaje que hasta los magistrados y ministros se han apuntado a marcar indeleblemente su piel. Un catedrático de Anatomía nos aleccionaba sobre un axioma que él consideraba tan irrefutable como el teorema de Pitágoras: "El desarrollo neuronal de un individuo es inversamente proporcional al de su masa muscular" es probable que ahora añadiera… y a su número de piercings y tatuajes.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios