Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Abrazar a Pablo… y a Gabriel

La dramatización de las emociones de los culebrones da paso a la de la política de la imagen y el gesto

Los abrazos son un gesto de afecto entre personas, aunque a diario vemos en nuestro teléfono simpáticos vídeos de chimpancés, koalas, perros y gatos -la burbuja del clip de mininos en la red social se está mostrando sólida y nada fugaz- y hasta leones que abrazan a arrobados adoradores de los animales, sumidos en el éxtasis: magníficos fueron, y son, los que una chimpancé liberada de una trampa o los cachorros de sus gorilas en la niebla le dieron a Jane Goodall, cuando las imágenes eran aún valiosas y escasas, y no infinitas y devaluadas. El abrazo puede ser de amor, de lactante (el mejor de los abrazos, apostaría, a pesar de no conservamos recuerdos de cuando fuimos mamoncetes, ni haber uno sido madre), de reconciliación, de reencuentro, de consuelo. También puede ser mortal, como el del oso, o como el del correligionario traidor que aprovecha al agarre para acuchillar a su otrora buen amigo: los maravillosos artefactos humanos que son el cine, la literatura, la historia o la ópera están trufados de abrazos jubilosos y sensuales, desgarrados y desolados, interesados, deseados o incómodos; guarros o fraternos, falsos e histéricos como los de los concursos y realities de la vigente tele narcótica (y continuos, ¡qué pechada de abrazos con mocos y gimoteos, por Dios!).

Abrazos señeros salpican y simbolizan la propia historia y sus momentos clave y sublimes o estomagantes y chuflas: el llamado de Vergara por el fin de la primera Guerra Carlista, el del beso de la pintura de Klimt, el de Antonia dell'Atte y Ana Obregón, o el de los apóstoles Pedro y Pablo antes de sufrir sus martirios y muertes, lo cual, aparte de su mala relación personal, lo limita a apenas un roce de antebrazos, según la interpretación de El Greco. Los apóstoles de la izquierda y del progresismo de la España de hoy también se llaman Pedro y Pablo, Sánchez e Iglesias, y su abrazo al representar públicamente la decisión de formar coalición de Gobierno, la semana pasada, causa un embarazo imponente. Qué papelón: uno, apurado, como dicéndose: "¿Qué haces? ¡Suelta ya, leche!"; el otro, puro merengue y pastel, y que, dicho sin maldad, me pudo recordar a una típica escena de almíbar concentrado de una teleserie sudamericana e incluso a uno de los peludos cachorros de montaña y niebla de, precisamente, Jane Goodall. "Llevo tanto tiempo esperando esto, Pedro, por fin volvemos al amor y la armonía". Cabe responder por Pedro: "A ver si sirve de algo, porque me tengo que abrazar también con ERC, Pablo: a ver qué modalidad de abrazo me dará Rufián".

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