Abandonada la esperanza de poder pedir el voto en conciencia, los partidos se han lanzado a pedir el voto útil. Esa es la auténtica batalla ahora. El PP reclama el voto útil de la derecha, porque Cs ya traicionó al electorado sosteniendo al susanismo. En el PP preocupa Vox, miles de votos sin premio, y piden a ese electorado un voto útil; pero Vox replica que no puede ser útil votar a quien lleva casi 40 años fracasando. Es la misma idea que enarbola Cs: el PP ha acreditado que es una alternativa perdedora, de modo que sólo ellos son "voto útil para acabar con 40 años de PSOE". Ahí también percute AA, presentándose como "el voto útil frente al régimen andaluz" para los progresistas. Pero el PSOE aporta el título virtual de ganador para pedir estabilidad: "el voto útil somos nosotros". Todos, literalmente todos, se postulan como voto útil. Y eso parece bastante inútil.

Si bien se mira, resulta enternecedor. Ya no proclaman que son mejores, sólo más útiles. También resulta deprimente. No venden esperanza, sino pragmatismo; no ilusión, sino aritmética. Pero, en definitiva, presentarse con las credenciales de la utilidad, como una thermomix o una navaja suiza, no dice demasiado. Lo útil, según la RAE, es aquello que "puede servir y aprovechar en algo", y todos los votos sirven para algo. Para el pacto de izquierda o para el pacto de derecha, incluso para el pacto de centro. Y hay partidos con votos sin escaño, no sólo Vox, también Pacma o UPyD, cuyos votantes sin duda pensarán que un escaño sin convicciones es inútil. Claramente hay algo que, aferrados a ese fetiche retórico, no han entendido: el voto debe útil para el votante, no para ellos. De hecho, para muchos andaluces, el problema no es que el voto sea inútil; el problema es que los votados sean inútiles.

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