Las verdades absolutas son nefastas para la vida en común y para la salud mental. La sabiduría popular ya nos indica que no hay ni blancos ni negros, "sino maravillosas gamas de grises", así como que "todo depende del color del cristal a través del que se mira". Lo malo de este asunto es que los cristales desde los que está mirando buena parte de la izquierda y de la derecha recién llegada están bastante empañados. El respeto a las elecciones, en una democracia, debe ser sagrado. De nada vale intentar manchar unos resultados porque a la jerarquía política de turno no le gustan. Afortunadamente, los cimientos de este Estado democrático que algunos quieren dinamitar están bien asentados, capaces de aguantar rebotes, escraches y ceremonias de la confusión para vivir un último minuto de involución democrática antes de que aterricen otras formas (ya veremos...) de hacer las cosas. ¿Revolución? Ya se verá. Lo cierto es que las pajas en el ojo ajeno se siguen denunciando a voz en grito mientras la viga en el propio parece invisible. Pero no lo es.

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