Análisis

Joaquín Aurioles

Nada es verdad y todo es posible

El título de esta tribuna es también el del libro de Pomerantsev sobre "el corazón surrealista de la nueva Rusia". En él se narra su fascinación ante el vértigo de los acontecimientos que llevaron a levantar la casa de todos los delirios donde tan solo años antes se encontraba el patio trasero de Europa. Uno de los pilares fue el dinero y el otro el desprecio a la libertad y la democracia. Entre ambos, los hidrocarburos, las mafias, la nueva oligarquía y el proceloso desmantelamiento del entramado soviético de empresas públicas. Los nuevos multimillonarios surgieron de un día para otro, tan ruidosamente como el control sobre la justicia, los medios de comunicación o la represión de la disidencia y, en medio de todo ello, los desaires a las remilgadas democracias occidentales. En China ha ocurrido algo parecido y al mismo tiempo y ambos países han conseguido afianzar de manera espectacular sus intereses geopolíticos. Mientras tanto, el occidente desarrollado se pregunta inquieto si la población sometida a estos dictados podría estar dejándose seducir por la posibilidad de participar en el banquete y si el modo de vida occidental pudiera estar amenazado por una posible vía hacia el bienestar alternativa a la democracia.

Tan turbadora premonición es inmediatamente desdeñada por quienes sostienen que la tolerancia con la mentira o el desprecio a las instituciones durante el mandato de Trump no ha sido en absoluto novedoso y que todo se debe al extraordinario impacto mediático. Las circunstancias, sin embargo, no son muy diferentes de las que permitieron el triunfo del Brexit y el cuestionamiento del proyecto común en Europa, a raíz del ascenso de los radicalismos. La contribución de las redes sociales resulta fundamental, pero también permite canalizar la demanda popular de participación en las decisiones políticas (véase Francia), lo que sin duda supone una presión añadida a la que ya ejercen los órganos de regulación sobre la discrecionalidad del poder en las democracias occidentales.

La sorprendente reacción de algunos gobiernos ha sido la de intentar mover los límites de la democracia y tergiversar la realidad para adaptarla, sin ningún pudor, a su conveniencia. En el caso de España, los episodios acumulados desde el nombramiento de la fiscal general del estado hasta la extraordinaria proclamación de un estado de alarma semestral, sugieren una marcada inclinación a transitar por los extrarradios de la democracia. El más reciente es la pretendida armonización fiscal entre territorios a cambio del apoyo a los presupuestos. Pocas comunidades tienen más razones que Andalucía para proclamarse favorable a acabar con los privilegios que disfrutan algunas de ellas, pero esto no tiene nada que ver con la armonización impuesta por el independentismo catalán. Se reconoce la efectividad de la competencia fiscal como fuente de competitividad, pero sus aspiraciones a continuar desarrollando las estructuras políticas y administrativas de un estado propio impiden pensar en bajar impuestos, asumiendo que si otras comunidades insisten en reducir el tamaño de sus administraciones la economía catalana puede resultar perjudicada.

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