Atodo el mundo no, evidentemente, pero a mí me da mucha pena contemplar a niños de pocos años, o pocos meses, en bares o lugares públicos embebidos en una pantalla puesta adecuadamente por sus progenitores ante sus pequeñas narices. Ya es molesto que el volumen de esos dispositivos esté puesto tan alto (no vaya a ser que al retoño se le desvíe la atención del dibujo animado y su canción machacona), pero más perturbador es pensar en qué puede estar pasando en esas mentes en pleno proceso esponjoso de formación. En lugar de estar atendiendo a los sonidos de su entorno, al tono de las conversaciones de los mayores, al aleteo del pájaro que roba la miga del desayuno, en vez de abrir los ojos y mover la cabeza de un lado a otro ante el constante estímulo del mundo, se condena a esos niños a una mirada unidireccional y unidirigida. Seguros candidatos a no pensar por sí mismos. Ojalá me equivoque.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios