Al principio no parecía que se diferenciara demasiado de lo que había estado viendo noches atrás, en aquellos meses sin contaminar. También por las tardes en los días de descanso. Tumbado en el sofá veía pasar en la televisión, uno detrás de otro, anuncios de juegos de azar, casas de apuestas y casinos telemáticos. Fue de una manera repentina cuando caí en la cuenta. Claro, me dije, esta peña se ha dado cuenta de la situación: el encierro, bien mirado, tiene su negocio. Gente sin saber ya qué hacer con la clausura, necesitada de un objetivo, y mejor con emociones. Ahí hay un filón. Toda una clientela en potencia. De la tríada salud, dinero y amor -con la primera de momento a salvo pero zarandeada por la jindama y el tercero aparcado para fechas en las que la euforia florezca pletórica-, vayamos a por lo segundo. Y sí, de pronto muchos nos percatamos que frente a la desaparición de tantos anuncios de productos cuyo consumo no tiene hoy por hoy mucho sentido empezaron a encadenarse uno tras otro spots del juego on line.

Y, claro, llegó la reacción: las asociaciones de ex jugadores pulsaron el botón rojo de la alarma. Otra epidemia se nos viene encima, han debido pensar. La ludopatía iba a dibujar un gráfico con un pico como el Everest con la reclusión en masa, con la que muchos ya no saben qué hacer y a la que, por qué no, hay que sacarle partido. ¿Qué mejor que unos cuartos y encima liberando dopamina? El Gobierno oyó la alerta y ha confinado la publicidad en radio, televisión, YouTube y otras plataformas de intercambio de vídeo de los juegos de azar y apuestas por internet a una franja horaria apta sólo para noctívagos, ya sea por costumbre, por vicio o por insomnio. Dado el aumento de la vulnerabilidad que la crisis sanitaria provoca en la población, con buena parte de ella deseosa de encontrar estímulos con los que sobrellevar el encierro, el Gobierno ha acotado a horas con poca audiencia esa "sobreexposición a un tipo de publicidad muy agresiva".

El juego es algo muy antiguo. Tanto como el hombre. De aquí a poco días evocaremos, aunque esta vez sin pasos en las calles, la escena en que los legionarios romanos se jugaron a los dados la túnica de Cristo. Se ve que encontraron cierto regusto en la disputa por la prenda del que iban a crucificar. Es su atractivo, según los expertos: tentar la suerte propicia a los jugadores -mucho más cuanto más compulsivos- un placer que los empuja, sin más dilación, con toda la urgencia, a abocarse en su mayoría al fracaso, a la derrota. De aquellos cuatro sayones sólo iba a ganar uno.

Ahora, los dados han quedado para las películas. Es el momento del póquer cibernético. No le veo la emoción. Creo que es preferible dejar pasar la madrugada con El buscavidas, o El golpe, o Casa de juegos, o El rey del juego. Por ejemplo. Con ellas te olvidas del coronavirus. Y sin cortes publicitarios.

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