Análisis

Rafael Salgueiro

Catedrático de Economía en la Universidad de Sevilla

Hubo tiempos peores

El virus, la guerra y las repúblicas, han sido desencadenantes de riesgo para la religiosidad

El Las calles vacías han sido un silencioso homenaje a la conmemoración de la Pasión de Jesús de Nazaret. Jamás habríamos sospechado vivir algo así; no obstante ahí quedó, flotando en nuestras almas, el olor a cera e incienso, el repiqueteo del tambor, las levantás y las arriás, las chicotás y toda esa jerga andaluza con que los capataces y contraguías o contraguardas de los pasos o de los tronos, arengan a los costaleros o portadores. Y ahí quedan también los sonidos y las saetas silenciadas por la amenaza que nos ha supuesto uno de tantos errores de nuestra especie; dícese situada en el término de la evolución de la irracionalidad y el instinto hacia la inteligencia. Dios nos hizo libres, con todos los inconvenientes que eso supone, con nuestras debilidades y limitaciones; con los inicuos instrumentos acudidos para destruir el hábitat o para, como ahora, hacerlo inhabitable.

Ese bicho invisible ha impedido, entre otros, el desfile de La Estrella. Advocación por la que -sepan perdonar el protagonismo- tengo especial devoción desde que, con un imaginero de la calle Pureza, pude contemplar de cerca la belleza serena de su divino rostro y la misteriosa transparencia de sus lágrimas. La cofradía de la que es titular, radicada en el corazón de Triana, mi entrañable barrio de estudiante, fue la única de Sevilla y seguramente de Andalucía, y de España, que salió a la calle en la Semana Santa, vacía como ésta, de 1932. Entonces eran otros bichos, estos bien visibles, los que impedían la libre manifestación de estas tradiciones seculares ligadas a la religiosidad popular. El virus, la guerra y los tenebrosos tiempos de nuestras repúblicas, han sido desencadenantes de riesgo para tradiciones seculares de religiosidad popular. Agregaré como anécdota oportuna, que tal día como el miércoles, pero de 1936, se casaron mis padres en la iglesia de Nuestra Señora de La Palma; y tuvieron que entrar sigilosamente por la sacristía para no ser vistos en el propósito de cumplir con la ceremonia religiosa.

Raros nos vemos, ciertamente. Pero "no hay mal que por bien no venga", dice el adagio popular; al que recurro para evitar hacerlo al de "no hay mal que cien años dure". Bien es verdad que padecemos males añadidos que no admiten arreglo inmediato: una clase política mediocre, y una amenaza, la del pensamiento único, que oscurecen el horizonte y la esperanza de alcanzar algo bueno a corto plazo. No obstante hubo tiempos mucho peores, que se superaron con el esfuerzo y el sacrificio de generaciones; ahora diezmadas por el virus y despreciadas por algunos jovenzuelos de la izquierda emergente: especímenes de esa otra España que, más allá de bostezar, viene a helar los corazones.

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