Nos podemos indignar. Podemos gritar y lanzar nuestros tuits a una comunidad que en el fondo no es más que un racimo de suscriptores de una verdad a medias. Algo que ya debería sonarnos, estando tan avanzada la trama. Nos podemos sobrecoger, cambiar de opinión y de voto, pululando entre los colores existentes de una sociedad demócrata con la conciencia cada vez más adormecida. Podemos defender a unos y monospreciar a otros, esto es gratis, cójanse un trozo si es que gustan, como si fuésemos los portadores de la verdad absoluta, para sentirnos bien y aceptados por la masa. Hacer ver que nosotros somos los que estamos en lo cierto, en el camino correcto y que antes que nosotros también lo estuvieron nuestros padres, y antes que ellos, nuestros abuelos. Podemos sentirnos partícipes de todo tal y como nos lo han explicado desde siempre, creyendo que el cotarro depende directamente de nuestro gesto de un domingo electoral, de los papelitos que depositemos en una urna de cristal en la cita de turno, de nuestros despertadores sonando a las ocho menos diez de la mañana, de la forma en que nos ganamos el sueldo cada mes, que mira por dónde, siempre se nos antoja digna o más digna que la del vecino. Sentirnos orgullosos y merecedores de la ropa que vestimos, la gasolina que pagamos, la entrada del cine, el periódico, el pan o la ginebra con limón. Podemos ponernos exquisitos y debatir con los amigos hablando de una tierra que ni hemos pisado ni tenemos la intención. Sin despojarnos de nuestro bagaje pobre y único. Pensando que esto que vemos ahora es el paraíso: pasos de palio, guitarra, tambores, cornetas, vino... Podemos alabar al sol, al ceceo, a la juerga, a la poesía. Pensar que esto es lo que hay. Que esta es la mejor vida y que no hay más ni falta que hace. Metro, trabajo y buen tiempo. Despotricar cuando se pueda y tirar para adelante. Como lo han hecho todos antes que nosotros. Sin cambiar nada ni esforzarse para ello. Bastante hacemos ya dando a un clic y acumulando seguidores. Sintiéndonos más sabios, más poderosos, más lúcidos, más populares. Y así el resto de nuestros días hasta que uno se sacia de contemplaciones.

Podemos creer en todo esto o pensar en que tiene que haber una alternativa digna. Para el robo político, para el descontento general, para la tristeza, para la rutina, para la cultura que no es más ni mejor, para los niños y también, para los abuelos. Para los de aquí y los del otro lado que tienen los mismos intereses que tú, aunque te cueste creerlo: vivir felices. Para la pertenencia y la evolución de esta tierra que te ha visto nacer. Si eres de los segundos, te deseo mucha suerte porque todo esto que has leído arriba es muy complicado de enderezar.

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