Suelen retroalimentarse de su propio contenido pero, a veces, debaten sobre algo que no hayan guisado ellos mismos. Los tertulianos de Sálvame, muy dados a sacar a relucir los trapos sucios de sus compañeros de programa -y hasta de cadena- sorprendieron hace unos días a los televidentes hablando de Pepa Flores, la gran Marisol.

Lejos de homenajear su figura o respetar su voluntaria salida de la vida pública, Lydia Lozano y compañía se dedicaron a hablar de lo más oscuro de la infancia y adolescencia de la actriz. Hicieron alusión a la falta de visibilización del Me too en España (movimiento del que Pepa Flores podría ser abandera), nombraron entre líneas a los (el) responsables de la desdicha de la niña prodigio y contaron algún que otro episodio escabroso de la vida de la artista (que lo fue por necesidad, no por vocación). Todo para remover algo que la propia actriz prefiere mantener en secreto, ya sea por no revivir episodios traumáticos o por mantener la boca cerrada por exigencias de un ente superior (y malvado). Todo para que el gurú de la televisión de los últimos años terminase concluyendo que las nuevas generaciones no sabrían de la existencia de Marisol, ni mucho menos de su legado, por ser sus películas del siglo pasado.

Del siglo pasado son las películas de Charlton Heston, Humphrey Bogart, Rita Hayworth, Ingrid Bergman o Elizabeth Taylor. Del siglo pasado son las canciones de los Beatles, las de Queen y las de Víctor Jara. Ni siquiera del pasado siglo, todavía de más atrás, son las obras de Vivaldi, Mozart, Beethoven, Rossini o Tchaikovsky. Ni millennials ni del siglo XX o XXI son Julio César, Napoléon, Cristóbal Colón o Alejandro Magno y todos sabemos de su existencia, legado o importancia en la Historia. La excusa de que un movimiento, un político, un actor o un cantante (y un largo etcétera) pertenezcan a otra época para desconocer su existencia no sólo resulta pueril y sin fundamento, sino que demuestra una completa y rotunda falta de inquietudes culturales e incluso vitales. Conocer a nuestros coetáneos es justo y necesario, saber de nuestros predecesores debería ser decreto ley. Y, aunque a Jorge Javier le extrañe, a las generaciones presentes nos gusta bucear por la Historia.

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