Un imperio se levanta sobre tres patas: la económica, la tecnológica y la militar. Se mantendrá fuerte mientras las tres resistan, pero comenzará a desmoronarse con las primeras señales de debilidad en alguna de ellas. Dos patas no proporcionan, por muy poderosas que sean, estabilidad suficiente para sostener estructuras complejas y el órdago de Putin con Ucrania solo se sostiene sobre la militar y por ello está condenado al fracaso. De las otras dos flaquea de manera evidente y además acusa severamente el impacto de las sanciones, por mucho que la confusión mediática lleve a interpretar a veces lo contrario. Rusia es, pese a su dimensión física y demográfica, la economía número 11 del mundo, la 70 en PIB per cápita y la 40 en complejidad (OEC World).

El superávit de su balanza comercial se debe a sus exportaciones de hidrocarburos, que son la mitad del total. Si se añaden las exportaciones del resto de materias primas, entonces se alcanzan las dos terceras partes del total y se entienden que los altos precios del momento ayuden a mitigar el impacto de las sanciones. Tan escasamente diversificada estructura de exportaciones debe ser, sin embargo, motivo de preocupación más que de satisfacción porque con toda seguridad en algún momento se volverá en contra.

En el lado de los pagos al exterior ocurre lo contrario. Rusia necesita importar prácticamente de todo y tiene dificultades para satisfacer sus necesidades estratégicas, especialmente las de contenido tecnológico. Si nos preguntamos por grado de éxito de las sanciones occidentales, la respuesta dependerá del objetivo que se defina. Si se trata de dar marcha atrás en su agresión, es evidente que el resultado es desalentador. Si el objetivo es que pierda esta guerra, es probable que a medio plazo se consiga, especialmente si el rublo sigue hundido, los ahorros bancarios continúan congelados y se mantiene el rechazo en el resto del mundo a todo lo que tiene que ver con Rusia. Si la finalidad es frenar sus pretensiones hegemónicas en el este de Europa, las sanciones han funcionado a la perfección desde el momento en que Rusia queda desenmascarada como el vecino egoísta y despiadado del que todos querrán alejarse.

Los antecedentes de las sanciones y bloqueos económicos como estrategia militar están en los asedios y sitios a ciudades y países. Vencer por el hambre, cuando no se tiene la posibilidad de hacerlo por otros medios es cruel y exige al sitiador capacidad para impedir fisuras en el asedio y para resistir tantas penurias como el sitiado, hasta el punto de que en este tipo de conflicto termina venciendo el que dispone de más recursos para resistir. Un estudio de P. Pasquariello (U. Michigan) demuestra que la mayoría de la sanciones de los últimos tiempos no ha funcionado como se esperaba, aunque han sido muy pocas las de dimensiones comparables a las de la agresión a Ucrania. Rusia demuestra tener reservas militares y capacidad desinformativa para devolver el impacto de las sanciones en forma de daño auto-ocasionado por occidente, pero todo apunta a que el tiempo corre en su contra y que sus estructuras económica y tecnológica terminarán acusando el desgaste.

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