Contaban los quintos de los cuarenta, los que hicieron el servicio militar en los primeros años de la dictadura, que en la cocina de los cuarteles, cuando había lentejas, se echaban las legumbres a la olla directamente del saco, sin reparar en las piedrecitas y otros elementos ajenos que pudieran acabar en la bandeja del rancho. A la hora de comer, las lentejas aparecían mezcladas con los restos no alimenticios, y tenía que ser el soldado quien las cribara con la vista antes de que un mal mordisco le dañara alguna pieza dental. Paradójico: en tiempos de purgas no se expurgaban las lentejas. Dicen que ahora, ya en democracia, las lentejas vienen limpias, sin tropezones, pero conviene no fiarse y dedicar un ratito de reflexión, previo al guisoteo, para separar las legumbres verdaderas de aquellos elementos que estorban y que son extremadamente duros. Tratándose de lentejas, no es un asunto al que haya que quitar hierro.

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