Pasadas tres semanas desde la muerte del afroamericano George Floyd a manos de la policía en Minneapolis, el drama que hemos visto en directo sigue teniendo un enorme eco, más allá del hecho en sí, y nos enfrenta a ese mar de fondo que de vez en cuando surge en forma de tormentas sociales. Lo que llamamos racismo o prejuicio se ha querido ver como una "heterofobia", o valoración negativa de lo que es diferente; sin embargo, Ali Rattans, de la Universidad de Londres, nos recuerda que los extraños no son temidos u odiados de manera natural, y en ocasiones los admiramos, encontramos sexualmente atractivos, nos producen sensaciones ambivalentes, e incluso los envidiamos. Y, podríamos añadir -sin distinción de raza o religión-, deseamos que nos visiten como turistas o nos compren las fragatas que producimos en nuestros astilleros.

El problema negro, tal como se presenta habitualmente, es un círculo vicioso de desempleo, drogas, fracaso escolar, vecindarios marginales, violencia, y un sesgo de la policía, los jueces, la propia política, a criminalizar comportamientos que acaban siendo criminales. En nuestras ciudades, cada uno conoce sin duda una zona donde todo lo malo que se supone puede ocurrir, parece estar destinado a que ocurra.

En Estados Unidos hay un continuo, desde la Guerra de Secesión hasta la actualidad, de discriminaciones de todo tipo, comenzando con las desposesiones de los negros, y los desplazamientos con violencia, paradójicamente de los blancos pobres en el movimiento Whitecaps, para apoderarse de las tierras; una cuestión que sorprendentemente llega hasta hoy en las escrituras de propiedad. Pero de la misma manera que a nuestros barrios más conflictivos no les gusta que se les estigmatice, hay intelectuales negros que no quieren señalar las manifestaciones de los problemas, sino sus causas. Ibram X. Kendi en su libro Stamped from the Begining critica a W.E.B. Du Bois, doctor por Harvard, defensor hace más de cien años de la igualdad cultural de los negros frente a la "supremacía nórdica", por señalar defectos de los negros en su integración; y también al presidente Barack Obama, por decir que "la erosión de las familias negras" está en la raíz de los males de los negros, aunque destacara que la causa era económica. Aunque no tiene mucho que ver, quizás caigamos también en estas trampas de sentirnos inferiores y auto culpamos de los defectos de nuestra política y nuestras instituciones, y nos maravillamos de lo bien que lo han hecho los países del Norte en la crisis del coronavirus, lo disciplinados que son, y lo ordenada que tienen su economía. Argumentos que tienen muchos matices, y han de analizarse en la complejidad del mundo interrelacionado en que vivimos.

En éste, como en otros conflictos sociales, los líderes mueven la opinión y los comportamientos; Obama mejoró la vida de muchos negros y blancos, y su sucesor, con un Twitter, da carta blanca al racismo y sus violencias. "No puedo respirar", decía George Floyd cuando lo estaban asfixiando, y es una metáfora dramática cuando la situación económica, las leyes, su aplicación, la ignorancia voluntaria, los prejuicios y la intransigencia, se convierten en elementos morbosos que van poco a poco enrareciendo el ambiente y acaban ahogándonos.

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