Se puede impedir que Sánchez sea investido. Se puede impedir que sea presidente un hombre que ha engañado a sus votantes, antepuesto sus ambiciones personales a la Constitución y se ha sometido a las exigencias de quienes romper España. Se puede impedir que gobierne quien ha provocado la indignación y la angustia generalizadas, con una última cesión a los independentistas, un referéndum que se intenta difuminar con una terminología engañosa: consulta no vinculante. Hace semanas que miembros de ERC cuentan que ésa sería una exigencia para abstenerse. Una consulta no vinculante, decían, se puede convertir en vinculante si sale por mayoría la independencia.

Toda esa locura, a la que habría que añadir el nulo respeto de Sánchez al Jefe del Estado y a su indiferencia ante las descalificaciones de sus socios hacia la Corona, se puede impedir. De una manera muy simple: que una veintena de diputados se nieguen a votar a favor de Sánchez. Sólo eso.

Se dirá que eso rompe el partido, pero hace tiempo que el partido no existe, el sanchismo ha sustituido al PSOE. No convoca al Federal desde antes de las elecciones de abril para abortar cualquier posibilidad de que alguien le plante cara aunque no cuente con la mayoría necesaria.

Sólo Lambán y Page se han atrevido a cuestionar sus pactos infames, pero claman en el desierto. Podrían impedir que se concrete la investidura de un presidente mendaz y sin principios, que aboca a una España infernal y rota, con una fórmula que no es descabellada. El grupo parlamentario es sanchista, pero hay diputados que no ocultan en privado que se sienten escandalizados. Pues que den el paso adelante. Sólo necesitan valor, coherencia y, quizá, que dos o tres dirigentes o ex dirigentes del PSOE de verdad capitaneen la operación de salvación, que es lo que necesita España este momento.

¿Se hundiría el PSOE? No, al contrario, podría aparecer el de verdad, el que ha dado tantos ejemplos de sentido de Estado.

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