Análisis

francisco J. Núñez

Un proceso extremoso

Si no tuvieran tanto ego, los líderes separatistas verían que hay más problemas

Es frecuente decir que la estabilidad proporciona firmeza y seguridad en la posición y el rumbo político, económico y social. Por el contrario, las situaciones inestables acaban con los equilibrios necesarios para la buena marcha de un país. Para dedicarse a la política y ocuparse del buen gobierno y de la organización de la sociedad no se puede estar en las nubes, despistado, pensando en cosas maravillosamente absurdas, con la mente lejos de la realidad.

La política no funciona a base de ideas repentinas e inesperadas. No se puede vivir temiendo las ocurrencias de los que están en las nubes, porque siempre nos meterán en algún embrollo. Echar a perder los principios, leyes y reglas a las que están sometidas las sociedades democráticas sólo abre procesos ruinosos, anacrónicos, que no contribuyen a pasar de un estado a otro mejor. El separatismo, que defiende la separación de Cataluña para alcanzar su independencia, es una obra política, económica y social anacrónica, propia de una época pasada, como si hoy quisiéramos viajar en las diligencias cargadas de romanticismo del siglo XIX.

El nacionalismo extremoso, separatista, que no se modera ni tiene término medio en sus sentimientos y en sus acciones, sólo ha aportado habitualmente desventura a lo largo de la historia. Al dejar de lado la Constitución y el propio Estatuto de Autonomía catalán de buenas a primeras, haciendo caso omiso también de las normas supranacionales, el separatismo nos ha contado la verdad al descubierto llena de viejos anacronismos. Si no tuvieran tanto ego, los líderes separatistas verían que hay más problemas que los suyos.

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