Dejó claro, desde el primer momento, que no sería una princesa al uso y, una década después, sigue en esa misma línea. Charlene de Mónaco fue apodada por la prensa la 'princesa triste' y continúa dando sobradas razones para llevar este sobrenombre. En las celebraciones por el Día Nacional de Mónaco el viernes, la esposa de Alberto II de Mónaco brilló por su ausencia. Y su falta brilló desde el marco institucional hasta el personal tras ver a Jacques y Gabriella, sus mellizos de 6 años, portar en el balcón del Palacio Grimaldi unos carteles en los que habían escrito que echaban de menos a su "mami".

La salud mental de la princesa Charlene ha tomado el relevo al debate en torno a la crisis en el matrimonio real de Mónaco. Sea depresión, ansiedad u otra dolencia, la ex nadadora lleva años siendo diana de rumores y especulaciones, y todo apunta a que no ha podido con la presión mediática.

El príncipe Alberto, en una entrevista con la revista People, demanda a la prensa "intimidad" y "discreción" con su familia, separada desde hace seis meses por un tema de salud físico que ha acabado convirtiéndose en psicológico.

No es la primera vez que la sudafricana da muestras de no encontrarse bien. Hace un año, cuando apareció en un acto oficial con la mitad de la cabeza rapada, algunos vieron en este radical cambio de look una llamada de auxilio de una persona que no se encontraba bien anímicamente. No tuvo tanto que ver con el transgresor estilismo capilar como por su estatus de princesa; el puzzle no encajaba.

Su relación sentimental con Alberto de Mónaco tampoco ha encajado nunca. De las especulaciones sobre que había intentado fugarse del Principado días antes de su boda, a sus lágrimas tras el 'sí quiero', pasando por su auténtico lugar de residencia y la relación con los otros hijos de Alberto. La 'princesa triste' está más triste que nunca y ha roto en mil pedazos la leyenda del cuento de hadas de su amor con un príncipe, soberano para empeorar la situación.

"Charlene ha comprendido que necesita ayuda". Son palabras de su propio marido, pendiente más que nunca en estar junto a sus hijos en el mal trago que les está tocando vivir. Hasta los hermanos de la princesa que viven en el Principado, Sean y Gareth Wittstock, fueron partícipes de la decisión de la pareja de que la prioridad de ella tenía que ser ahora recuperarse emocionalmente. ¿Volverá algún día a ejercer como primera dama? Aún es pronto para saberlo. Entretanto Carolina y Estefanía se reparten sus obligaciones por agenda, Charlene descansa, sobre todo de maledicencias.

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