No parece muy útil, pero se solicita con frecuencia tras meter la pata, un clásico de la humanidad; o la mano en la caja, un clásico de la clase política. El perdón es una forma de clemencia que concedemos con suma facilidad precisamente los que tenemos mucho que hacernos perdonar. De lo que se deduce que los indulgentes somos los peores.

Es más fácil perdonar a un enemigo que a un amigo. Quizá por eso, como resultaba tan campechano, la sociedad digirió el 18 de abril de 2012 de buena gana el gesto sin precedentes de ese Monarca que patinó en la sabana de Botsuana y se fracturó la cadera mientras cazaba elefantes en buena compañía. O mala, si se mira con la perspectiva que ofrecen las grabaciones de Villarejo. "Lo siento mucho. Me he equivocado, no volverá a ocurrir", dijo un don Juan Carlos contrito que ponía rumbo a la abdicación.

Woody Allen odia a la gente que le pide perdón antes de pisarlo. En este cínico sentido, ahí quedaron las enternecedoras palabras que le dedicó desde la tribuna del Congreso Pablo Iglesias a Pedro Sánchez en mayo, en vísperas de la moción de censura que acabó con el Gobierno de Rajoy. "Yo le quiero pedir disculpas si muchas veces no he sido capaz de trabajar con usted de manera más eficaz, si lo hubiera sido nos podíamos haber ahorrado ciertas cosas". Del apetito por la destrucción, al amor. Este libro promete intensos capítulos.

A los políticos les cuesta mucho pedir perdón, aunque se reblandecen al divisar el trullo. La proverbial arrogancia con la que se desenvolvía el otrora todopoderoso Rodrigo Rato para explicar sus líos con la Justicia ha mutado en humildad: "Pido perdón a la sociedad y a aquellas personas que se hayan podido sentir decepcionadas", proclamó el jueves a las puertas de Soto del Real, donde compartirá sensaciones con Luis Bárcenas. Un tipo duro, éste sí, que se sigue preguntando por qué demonios tiene que pedir perdón aunque lleve una condena de 33 años a cuestas.

Lo imperdonable, respectivamente, es que haya intocables. Y que unos exhumen a Franco mientras echan tierra con aire veleta sobre la tumba de Montesquieu. Y que ciertos personajes alcancen altas cotas de poder (vicepresidente del Gobierno, director del FMI, reflotador de las cajas) pese a su catadura.

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