Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El papelón de maría Jesús

El debate sobre la reducción de impuestos enfrenta a propios y extraños, y amenaza seriamente a Pedro SánchezEl Gobierno afronta enemigos fiscales internos, como el presidente valenciano

Han sido estos últimos unos días sorprendentes, que nos han reconciliado con un país que se venía mostrando como una cancha repleta de fangos triviales que frenaban toda ilusión por la causa común, que es la de la sensata gestión de las cosas que a todos nos afectan. Sin duda, el detonante de esta entrada en razón ha sido la repentina competencia autonómica, que emite anzuelos de paraísos fiscales -paraisillos de ocasión, con escasa palanca-. No conviene lanzar las campanas al vuelo casi con nada en esta vida: lo que hoy parece nutritivo, mañana puede acabar por ser farfolla. Pero que se hable de impuestos en momentos de tremenda corrosión inflacionaria es algo más que pertinente. No todo es Tamara y Luis Enrique.

Un compañero suele decir que la propuesta de los partidos sobre cualquier asunto económico, social o ambiental es lo que debe guiar tu voto, y que no es deshonesto votar a favor de tus propios intereses particulares; es sólo normal. Lo malo -por propagandista- es que las promesas programáticas sean brindis al sol, encantamientos electorales. Las elecciones -como las que vienen- son la gloria y la condena de la democracia. Acaban siendo un hándicap de la buena gestión, porque es ineficaz e ineficiente que los procesos electorales abarquen cada vez más tiempo por delante y por detrás de los mandatos, y así lastren el necesario hacer. Demos gracias por que haya un cuerpo técnico que sabe qué hay que hacer en el día a día, aunque cada dos por tres sus tareas dependan -para su desmotivación, aún siendo servidores públicos- de la salida de unos jefes políticos, y del aterrizaje de otros nuevos, quizá ignorantes del menester que representan, designados por el dedo de su dios de mandato. Hasta que los nuevos se enteran de su nuevo oficio, y colocan a sus afectos.

Esta ha sido la semana en que un barón -un presidente autonómico- ha descolocado y quizá tocado y hundido a su jefe nacional. Ximo Puig, presidente valenciano del PSOE, ha abierto la caja de Pandora de su partido, que a día de hoy cabe decir "de Pedro Sánchez". El president le ha puesto los cuernos a su jefe, al rebufo de la madriñelización tributaria del presidente andaluz, Juanma Moreno, que es rival político del levantino (y ya levantisco para su aparato). Sánchez parece estar herido tras esta sorpresa, pero no se crean nada: si algo sabe nuestro presidente es sobrevivir y pactar con propios y extraños, en un país cuyo equilibrio de poderes depende demasiado de los afanes independentistas, tan económicos. La clave de este asunto de primer orden que son los ingresos fiscales la ha descarnado Ximo: reducir -en mi opinión, es impropio en esto el término deflactar- la tributación personal por IRPF es un gran reclamo electoral, porque con los dineros familiares de la sufrida mayoría hemos topado. El valenciano, en mayor medida que el andaluz, ha puesto el dedo en la llaga. Son los contribuyentes que ingresan entre veinte y sesenta mil euros al año quienes dan vida a los presupuestos públicos y, a la postre, financian la política social. Más allá del cosmético Impuesto sobre el Patrimonio, ése es el meollo de la viabilidad del Estado. Pero no lo olvidemos: es bastante limitada la capacidad de las autonomías para recaudar tocando a la baja el IRPF (y esperando que venga el maná del consumo a compensar la merma recaudatoria). El IRPF es una competencia del Estado central, muy mayormente. Por suerte.

Es estimulante esta contradicción de política fiscal entre el centro y la periferia que de pronto nos alumbra. Pero qué comprometida es la posición de un Gobierno nacional cuya propuesta es mantener la presión fiscal. Y no bajarla. La brava ministra del ramo, María Jesús Montero, tiene un papelón. El gancho de las grandes fortunas es un melón por calar.

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