Aquí sigo, como la semana pasada, enredada -perdón, Yeats- en sus mechas planchadas. A mi capacidad de obsesión viene a unirse, única en su clase, su capacidad de obcecación. Rubia, déjalo. Somos nosotros, Rubia. Tú misma explicaste de qué iba eso de apretar los ojitos brillantes y sonreír como una azafata. ¿Por qué alguien que no lo necesita -me pregunto- tendría, a la vista de las irregularidades, la necesidad de fingir que tiene un máster? Vanidad, desde luego. Pero también es un gesto que subraya todo lo que, precisamente, pretende ocultar: yo estoy aquí por mis propios medios, valgo tanto o más que tú y, por eso -tal vez, como tú, en el país de la titulitis-, también tengo un máster. Que no te creas que he llegado hasta aquí por otra cosa que no sea una preparación feroz. Aquí tengo títulos que lo acreditan, ¿quieres verlos? Si no te convencen, como dijo aquel, tengo otros.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios