Análisis

gumersindo ruiz

No nombrarás la sostenibilidad en vano

Aunque se ha abusado de la palabra "sostenibilidad" -pues nadie va a decir que obra de manera "insostenible"-, sirve para comunicar el propósito de una institución, una empresa, de ir más allá de la normativa medioambiental, en sus relaciones con la sociedad y empleados, y de buen gobierno. Sin embargo, uno no es sostenible, o verde, porque lo diga, y cuando la policía entró hace poco en la sede de la gestora de fondos de inversión alemana DWS, a petición de la autoridad de los mercados financieros, hubo una conmoción en el mundo financiero verde, pues la gestora no daba información fiable a los inversores -algo muy grave en los mercados-, que compraban fondos con una etiqueta verde que no cumplía los requisitos europeos para calificarlos como tales. De menos gravedad es la investigación de la Competion and Markets Authority inglesa a tres marcas de moda: ASOS, Boohoo, y George at Asda, por presuntamente inducir a error al consumidor con publicidad de sostenibilidad. Desde entonces, muchos fondos han dejado de llamarse verdes, y los finos observadores han podido ver cómo desaparecen las proclamas de sostenibilidad en envases (entre ellos algunos cartones de leche), y los plásticos reciclados ahora indican que es sólo un porcentaje. Una conclusión es que cualquiera puede utilizar como imagen la sostenibilidad, pero tiene que correr con las consecuencias.

En España, la acción medioambiental, aunque recae en el de Transición Ecológica que dirige la vicepresidenta Teresa Ribera, es transversal a los ministerios, de manera que se podrá dudar del cambio climático, y discutir todo lo que se quiera, pero forma parte de la esencia de la Unión Europea y de sus presupuestos, y el gobierno de España con las grandes empresas está comprometido con estos principios. No pueden interpretarse de otra forma los comentarios habituales de Frank Elderson y Isabel Schnabel de la ejecutiva del BCE, apuntando ésta al cambio climático como responsable en parte de la inflación, al coste del combustible, y al de las materias primas para las energías limpias, con los divertidos y terribles nombres de "climainflación", "fosilinflación" y "verdeinflación". A principios del verano el Banco Central Europeo publicó los resultados de las pruebas a los bancos sobre el riesgo en sus carteras de crédito por la incidencia de la transición medioambiental en empresas deudoras, así como los riesgos físicos de sequía, incendio, inundaciones, en distintos escenarios de cambio climático, señalando un camino en el que no hay vuelta atrás. Son muy buenos el Climate Finance Report del Santander y el Report on Task Force on Climate Financial Disclosing del BBVA, mostrando la importancia de cuantificar el riesgo y mitigarlo con su política crediticia, pero sobre todo de ser transparentes; por otra parte, la información precisa y unificada sobre impacto y riesgo medioambiental (y también social y de gobernanza) es la clave actual de las normas contables y empresas cotizadas. Aunque en otro contexto, hay que recordar que debemos al juez Louis Brandeis la brillante frase sobre la transparencia, cuando dijo aquello de: "La luz del sol es el mayor de los desinfectantes, la luz eléctrica el policía más efectivo".

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