Mientras algunos siguen divagando acerca de cómo hay que llamar a las personas que llegan a España desde África -migrantes o inmigrantes-, la realidad golpea de manera permanente a la gran conciencia de Occidente, la que tantas veces parece vacunada contra las grandes tragedias, por dramáticas que sean, pero que si se examina con sinceridad, y en profundidad, es complicado que permanezca impasible ante la riada humana que el océano está arrojando esta semana a nuestras playas. Un desembarco de muertes que dibuja un reguero de cuerpos destrozados por ese mar que tantas veces nos da la vida, una inadmisible imagen que sólo acabará cuando el mundo y quienes mandan en él comprendan que no son estos jóvenes los únicos que se ahogan, sino que es el propio mundo el que se sumerge con su inacción en este oleaje de indignidad que la desigualdad humana alimenta sin piedad.

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