La increíble rapidez de los acontecimientos en Afganistán abre incógnitas sobre el futuro de las mujeres empresarias. Hace sólo unas semanas se publicaba por la consultora Creative Brains un estudio de mercado y una encuesta dentro de un proyecto para impulsar a empresarias, apoyado por entidades como la Cámara de Comercio de Mujeres Afganas. Este estudio permite conocer de primera mano problemas de emprendimiento, acceso al crédito, a información, mercados, y a materias primas, y también para ver qué expectativas se generaban en sectores de artesanía, muebles, textiles, ganadería y agricultura, especies, y perfumería. La Aga Khan Development Network, tiene una de sus sedes principales en Kabul, y ha invertido en el país más de mil millones de dólares. De religión ismailí sus creencias religiosas y principios éticos están a favor de la inclusión de género y creencias, y concibe la educación por igual para mujeres y hombres. Entre otros tiene en Afganistán un programa, con 213.058 mujeres, para proporcionar formación técnica y administrativa a empresarias, buscando la participación social de la mujer.

Los nuevos gobernantes se encuentran con un doble problema; el país sigue siendo muy pobre, con una agricultura poco productiva que es el 25% del producto y el 44% del empleo, y una industria y servicios que apenas crecen en las mejores circunstancias; y además, se pierden ahora las subvenciones exteriores que sustentaban la economía pública y privada. Afganistán tiene unos 10.500 millones de dólares en oro, reservas, créditos y cuentas, pero están en la Reserva Federal de Nueva York, el Fondo Monetario Internacional y el Banco de Pagos de Basilea, y por el momento no puede disponer de ellos. La economía talibana se nutría del opio, chantajes, secuestros, explotación de minerales e impuestos arbitrarios en sus zonas de influencia, con ingresos que pueden estar alrededor de los 900 millones de dólares anuales, pero de esto no puede vivir un país. La divisa no valdrá nada, los precios de bienes primarios subirán, y los controles comerciales impedirán que la economía despegue.

En un país donde el gobierno tenía armas, pero no un ejército -había más supuestos soldados en nómina que reales-, la palabra corrupción aparece continuamente para referirse a las condiciones en las que, a pesar de todo, trabajaban las empresarias; pero ahora las perspectivas de pobreza son tales que la gente huirá, hagan lo que hagan desde el nuevo gobierno. Una cosa es clara. Aunque hay muchas formas de sangrar la economía y abusar de la gente, el rechazo de la población a los talibanes y sus cínicas prácticas se hará más fuerte si desaparecen las mínimas iniciativas que se estaban dando para crear unos pilares, si bien endebles, de desarrollo, y entre ellos una base de mujeres emprendedoras. Leo a Cesare Pavese en la traducción de Carles José i Solsona, cuando dice: "Tener compasión siempre fue perder el tiempo/la existencia es tremenda y no cambia por eso/más vale apretar los dientes y callar". Es ingenuo pensar en soluciones tal como están las cosas, pero quizás sería una forma de unir voluntades, de crear una resistencia dentro y fuera de Afganistán, buscar la emancipación de la mujer en el entorno de la empresa.

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