Todo lo bueno se acaba, según dicen. Nada es eterno. Siempre defendí que la puntualidad era la característica que hacía del tren el medio de transporte más eficiente si de lo que se trata es de llegar a tiempo. Pero este mito llega a su fin, y a Renfe se le caen todos los eslóganes que hacen alusión a esa puntualidad. Hablan de problemas técnicos y, en ocasiones, cuestiones logísticas. Todos ellos conceptos vacíos de contenido que juegan a desenfocar algún auténtico problema que ahora sufre la empresa pública que puede llevar a serias heridas en su imagen. Los políticos se lanzan ahora al degüello, incluso los que gobernaban en Madrid hasta hace dos días, y hablan ya de crisis y de falta de respeto con los gaditanos. El usuario no perdona la impuntualidad. Perdona que los trenes estén más o menos sucios o que sus televisiones estén todas descatalogadas, pero con la puntualidad no se juega.

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