Cuando llega la feria

Con Berrocal las Jornadas Taurinas alcanzaron un nivel sin antecedentes ni consecuentes

Cuando llega la feria recuerdo los setenta. Empezaron entonces a surgir las casetas tal como se entendieron a lo largo de casi cuatro décadas, antes de que el espacio fuera colonizado por discotecas y negocios. La gestión tanto política como gerencial de la última fase de ese período fue especialmente brillante. A Antonio Berrocal Briales se debe un gran porcentaje de esa brillantez. Tuve más de un desencuentro con el primero concejal y luego gerente, pero su trabajo no ha tenido igual, ni antes ni después. Cabría destacar el diseño del actual parque feria, donde no aparece su nombre y debiera aparecer, y la feliz ocurrencia de acercar a la confección del cartel de feria a unos cuantos de nuestros mejores artistas plásticos; en concreto, nada menos que a Guillermo Pérez Villalta, que fue el autor del de 2001.

En tiempos de Berrocal las Jornadas Taurinas alcanzaron un nivel que no tiene ni antecedentes ni consecuentes. También se comete en este caso un grave pecado de omisión con su creador Crescencio Torés Butrón, ignorado en la placa que; en la primera sede, el Hotel Reina Cristina; recuerda que fue allí donde empezaron y, para más inri, nombra a Carlos Vergara, que le dijo a Torés cuando le pidió ayuda, allá por los ochenta, que se buscara la vida. Siguiendo a la de feria, la cartelería de las jornadas, se encargó a artistas de la talla de López Canales, que pintó el de las vigésimo segundas (2007). Quizás sea cosa de la evolución de gustos y costumbres, pero en lo que a ambiente se refiere se echan de menos unas cuantas cosas, aunque hayamos ganado en otras; los leds (light-emitting diod), por ejemplo, nos han traído una luminosidad impresionante.

Los tiempos cambian que es una barbaridad, como decía Don Hilarión. Y a los de los míos nos desencanta ver cómo la globalización ha impuesto sus requerimientos igualitaristas, contribuyendo a rebajar lo andaluz y a que la guitarra sea sustituida por el estruendo, mientras el rebujito rellena con burbujas el buen vino que habíamos heredado de nuestros ancestros. Lo comentaba hace unos días con Miguel Rovira, convertido, sin proponérselo, en el punto de acumulación de una tertulia sabia y entrañable frente a la entrada principal del Casino, en un costado de la Plaza Alta. Antoñico le da el color taurino y Lorenzo, Juan, Enrique o Momi completan su todo. Los que pasamos por allí, nos añadimos para disfrutar de lo mucho y bueno que ya hay.

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