Análisis

juan bosco díaz-urmeneta

Una llamada a la convivencia

Contaba Juan Genovés que en una reunión de la Junta Democrática, celebrada en su casa, tal vez en su estudio, uno de los asistentes, viendo sus cuadros, le dijo que podrían ser una excelente imagen para pedir la amnistía. No sé si la cosa llegó a mayor concreción, pero el cuadro El abrazo se convertió poco después en cartel distribuido clandestinamente por todo el país. La imagen iba más allá de la petición de amnistía y aun de la idea que la sustentaba, la reconciliación nacional: tenía un lenguaje próximo, cargado de afecto, que desbordaba la reivindicación política para proponer un nuevo modo de vida.

El cartel disgustó profundamente al gobierno Arias y Genovés pasó una semana incomunicado en la Dirección General de Seguridad, pero tal disgusto se vio recompensado sin duda por la frescura que mantiene su obra que aún hoy sigue siendo un alegato a favor de otro modo de convivencia, aun dentro de la democracia.

El hallazgo que supuso El abrazo se relacionaba estrechamente con la posición antifranquista del autor pero también con ciertas opciones artísticas que merece la pena destacar. Genovés, yendo contra la corriente, apostó por la figuración, en años entusiastas del informalismo, y recibió con entusiasmo la pintura pop norteamericana. No fue el único en España: aquí estábamos más bien lejos del consumo y de la proliferación de imágenes, raíces de la reflexión pop, pero el cine, el cómic o la fotografía de prensa ofrecían figuras con las que cabía denunciar la represión de la dictadura. En esa dirección trabajó Genovés con obras tan potentes como el collage titulado El preso, fechado en 1965.

A esta manera de entender el pop-art añadió Genovés la elección de uno de los grandes temas de la cultura moderna: el binomio individuo/multitud. La singularidad del individuo, el reconocimiento de sus derechos, se mantiene en tensión con su identidad social que a través de diversas mediaciones, desemboca en el anonimato. Es un registro fértil que Genovés ha meditado desde la época de la dictadura, insistiendo entonces en la represión, hasta hoy con pinturas o collages de figuras solitarias y multitudes desorientadas.

Por eso El abrazo, sea en el cuadro de 1976 o en la escultura de la plazuela de Antón Martín, fechada el año 2002, mantiene su fuerza: son desde luego un incentivo de la memoria, pero también y quizá sobre todo, son una llamada a una convivencia solidaria que es aún asignatura pendiente de este país.

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