Daniell Kahneman, psicólogo, ganó el premio Nobel de Economía por sus trabajos sobre cómo toman decisiones personas y empresas, contradiciendo la versión clásica de que les guía la racionalidad, y formalizando el estudio de un sin fin de contradicciones, cuando no manías, en el comportamiento. No en vano desde el principio de la pandemia hemos defendido que debían incorporarse psicólogos sociales a los equipos de expertos, ya que se tratan cuestiones que tienen que ver con el comportamiento humano.

De su libro Pensamiento rápido, pensamiento lento se han vendido millones de copias, y trata de los sesgos cuando decidimos hacer una cosa y no otra, o nos hacen ver de forma alternativa lo que vemos. El pensamiento rápido es inconsciente, basado en creencias y emociones básicas, automático, influido por la situación, y similar al de los animales; resulta práctico en la mayoría de las decisiones que tomamos cada día. El pensamiento lento es consciente, abstracto, controlado, se apoya en normas, es distintivamente humano y con emociones complejas; se basa en la experiencia sistematizada y resulta útil para decisiones de cierta envergadura, como comprar una casa, aunque en una época en España las casas se compraban más con un pensamiento rápido que reflexivo.

El nuevo libro de Kahneman, que tiene ya 87 años, escrito con otras dos figuras, Olivier Sibony y Cass Sunstein, se titula: Noise (Ruido), que es todo lo que interfiere a nuestro alrededor, y hace que nuestro juicio no sea tan razonable e independiente como pensamos. Cuando corregía exámenes ponía peores notas al principio que cuando llevaba ya un rato; el ruido aquí era el cansancio y poner menos atención en los detalles a medida que se corrige, y también la tendencia a bajar la exigencia por el bajo nivel de los alumnos. No tenía más remedio que volver a repasar los primeros que había corregido para seguir el mismo criterio que con los últimos. En cualquier caso, no afectaba al aprobado, y no era tan grave como la disparidad que muestran desde hace 50 años los estudios de las sentencias judiciales, con diferencias en años de cárcel para delitos iguales, según lo vea un juez u otro, dependiendo de circunstancias personales, e incluso si hace calor o no, que está probado influyen en el juicio. Esto es así para los diagnósticos médicos, las licencias de urbanismo, los préstamos bancarios en una sucursal u otra de la misma entidad, las diferencias en las compensaciones por siniestros dentro de una compañía de seguros, o la selección de personal, y supone un coste elevadísimo para las empresas. No hablamos de sesgos personales a favor o en contra de algo, género, extranjeros, pobres o ricos, feo o guapo, que es el otro gran tema de Kahneman, sino de circunstancias que nos llevan a decir, parodiando a Ortega: "Mi juicio es mío, y de mis circunstancias". La aportación interesante del libro es que el ruido se puede corregir poniendo de relieve las contradicciones con auditorías, órganos y personas independientes en empresas e instituciones, y procedimientos para que las discrepancias entre sentencias, diagnósticos, o exámenes de conducir, y otras muchas decisiones para casos iguales, se suavicen, ya que es imposible erradicar sus incoherencias.

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