Cartucho que no te escucho". Eso repetíamos de niños, tapándonos las orejas, cuando algo que nos decían no nos interesaba o nos molestaba. Ahora lo desagradable nos llega por tierra, mar y aire. Se oye, se ve, se palpa, se siente. Imposible adoptar esa postura infantil. El mundo parece más cruento. O, mejor dicho, ahora lo cruento, que siempre ha existido, es más visible, viral, global... La maldad te entra por todos los sentidos. Llegamos al final de cada jornada después de ver imágenes o leer palabras que nos acongojan, nos desmoralizan, nos provocan, nos hacen lamentar nuestra pertenencia al género humano. Y cuando se apagan las luces, en la pequeña patria de los 70 metros cuadrados, cuando solo se oyen las respiraciones de los que más nos importan, nos dan ganas de ir cama por cama, taparles las orejas para siempre y evitarles escuchar cualquier cosa que les pueda hacer daño.

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