Análisis

Tacho Rufino

¿Seremos otros después de esto?

A la vista de comportamientos recientes, no cabe esperar que la pandemia haya cambiado nuestras formas de relacionarnosNo parece probable que haya mayor nivel de obediencia por el estado de alarma

Una de las incógnitas sobre el futuro pos-pandémico -ojalá llegue a existir tal escenario- es si las restricciones a los derechos y libertades de la ciudadanía impuestos por el estado de alarma producirán efectos sobre la forma de relacionarnos: no sólo sobre el uso de mascarillas y otras precauciones profilácticas, sino sobre comportamiento cívico, observación de las leyes o pautas de relación ciudadana; por ejemplo, respeto a las cosas comunes y consideración hacia los demás. Ya vemos que no hay que confiarse en ello más de la cuenta. Las correntías de gente en las calles y en los bares en los días señalados de la (no) Semana Santa pueden asimilarse a un embarazo psicológico: si no tenemos la fiesta de verdad, tendremos un sucedáneo, pero con similar pasión de calle. Ese pequeño laboratorio social del largo fin de semana pasado tiene la característica de denotar una actitud de la gente de cada sitio, una especie de autarquía provincial en la diversión y el esparcimiento, lo cual le da mayor valor a la hora de extrapolar y predecir futuros modelos de proceder de la gente en sus urbes y pueblos. Y toma repunte de los contagios.

Se trata pues de elucubrar -intentar atisbar- sobre si este trauma colectivo que aún persiste va a obrar cambios en nuestro general respeto a las normas locales, regionales y nacionales; las escritas y las asuntas. Las normas son imposiciones y limitaciones al comportamiento: reglas que, si no son respetadas, conllevan castigo o sanción. Las normas son esenciales para el funcionamiento de la estabilidad de las personas, empresas o lugares donde las personas viven e interactúan. Eliminan la arbitrariedad, proveen de automatismos higiénicos y, en cierto modo, garantizan la igualdad. Según el término creado por Max Weber, las organizaciones que utilizan mucho las normas se denominan burocracias: el Ejército o Hacienda son burocráticos por naturaleza. Aunque suele considerarse algo negativo, la burocracia es sólo un tipo de organización. El respeto de las normas es esencial para que éstas tengan sentido: si no, su sentido degenera. Por eso, algunas personas evitan imponérselas en su vida. Aunque suele calificarse de bohemias o anárquicas, a las personas a las que da grima la regla y el procedimiento se las debe de calificar, técnicamente, de orgánicas. En fin, huelga decir que un diseñador de moda de vanguardia no debe tener su trabajo encorsetado de muchas normas. Pero un sargento debe respetarlas a machamartillo.

Desechemos el peliculero argumento de que todo esto es un montaje de ciertos dueños planetarios para someteremos y ordeñarnos como ganado humano. Y preguntémonos: ¿respetamos más las normas?, ¿las observaremos más a partir de, digamos, finales de este año, debido al entrenamiento obligado de casi dos años de excepcionalidad?, ¿seremos más obedientes, menos pícaros, más, por así decir, germánicos y respetuosos de la norma? ¿Producirá el trauma efectos beneficiosos para el buen funcionamiento de la cosa común? Francamente, creo que no. A corto plazo, ya lo vemos: más bien se ha dado una dicotomía entre quienes parecimos hace una semana monos a quienes hubieran liberado de la cadena y aquellos otros que abominan de las plazas públicas, fiesta y demás, gentes obedientes con la autoridad, concienciados con los riesgos personales y sociales del contagio, incluidos aquellos que no sabrían qué hacer fuera de la seguridad de los muros de su casa, nuevas versiones del "vivan las cadenas" de Fernando VII, puestos a metaforizar con las ataduras. Quizá a medio plazo veamos efectos más sostenidos de este bienio negro. De momento, no paramos de oír y leer en los medios acerca del shock postraumático. Sus efectos demorados son un melón por calar.

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