Análisis

rogelio rodríguez

La descomposición de los partidos tradicionales

El anclaje de la Constitución es sólido y con ella está en pie la Corona

Asistimos a la demolición gradual de los principios que implantó el ponderado régimen de 1978. Fuerzas radicales de uno y otro signo utilizan similares artimañas a las que en los turbios años treinta condujeron a la gran tragedia. Líderes triviales con el intelecto reducido a un gatillo en la lengua azuzan el abordaje constitucional. La crecida tropa nacionalista ha encontrado acomodo en la trinchera de una nueva izquierda trufada de ideologías inconexas y sin memoria histórica, empeñada en explosionar la mejor y más perdurable Carta Magna de nuestra historia.

Las torpezas y purulencias de la socialdemocracia, aquí y en Europa, han propiciado que su espacio sea invadido por grupos extremistas y antisistema, hecho coincidente con el resurgir de un brutal ultraliberalismo populista. El PSOE que, con Felipe González al frente, venciera por primera vez con absoluta mayoría en los comicios de 1982 y que, aun con sus sombras, tantos servicios prestó desde entonces al desarrollo democrático y a la estabilidad de España, se asocia hoy con una singular componenda de izquierdas corrosivas y partidos independentistas -sucedáneo del Frente Popular- con el único objetivo de ocupar el poder, aunque eso conlleve la desarticulación del Estado.

Pero la culpa no sólo cabe achacarla a la vesánica ambición del actual secretario general socialista y adventicio jefe del Gobierno, Pedro Sánchez. En cada etapa, los partidos, como a veces las propias naciones, eligen al peor de los líderes posibles, por absentismo irresponsable de sus cuadros dirigentes o porque una nueva mayoría de la militancia comparte la misma idiosincrasia. El socialismo que representaba González, Guerra, Almunia, Solana, Rubalcaba... dio un paso atrás con Zapatero y diez con Sánchez. Ahora, ni está ni se le espera.

Y también la derecha democrática avanza en senda destructiva. Una parte de su dirigencia se aproxima con paso de elefante y nostálgico celo a las corrientes neoliberales, antieuropeístas y xenófobas que crecen en las atribuladas tripas del viejo continente. El PP está en quiebra ética y su recién estrenado presidente, Pablo Casado, acelerará el principio del fin si no cambia de siglas y entierra un tiempo que sus antecesores titularon de feliz y hoy se rotula con tinta de cloaca. VOX apenas alcanza a mordisquear los tobillos, pero hasta hace tres días tampoco aspiraban a más el Frente Nacional de Le Pen en Francia, el neonazi Amanecer Dorado en Grecia o Alternativa por Alemania.

La crisis, los innumerables casos de corrupción, el abuso, la incompetencia de una nutrida generación de gobernantes, los adulterados intereses economicistas..., han engordado los liderazgos extremos, hijos de una autocracia que nunca dejó de parir. La paulatina descomposición de los grandes partidos tradicionales es la antesala del oscuro pasado. A un lado y a otro del proscenio ideológico, los populismos autoritarios hacen causa y abren brecha, dicen representar el sentir del pueblo. Vamos mal, pero el anclaje de la Constitución es sólido, y con ella está en pie la Corona. Por eso no quieren ir a las urnas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios