Cuando yo empezaba la carrera, él la estaba terminando. A partir de aquel momento siempre fue unos años por delante de mí en otros aspectos de la vida. Nos enfrentamos en equipos distintos de hockey, pero tuvimos la fortuna de jugar juntos en el conjunto de la Escuela durante los Juegos Universitarios. Ya salía con Mari Chari, que ha sido el primero y único amor de su vida. Todavía lo recuerdo en verano, volviendo de Montejaque, donde hacía la milicia universitaria, directamente hasta la playa para darse un chapuzón y quitarse de paso, el calor de la serranía y del uniforme.

Fui a su boda, desde la cercanía familiar, celebrada en medio del cariño de los suyos. Cuando se instaló la Refinería en el Campo de Gibraltar, ingresó en Cepsa y ha vivido entre nosotros desde entonces. Aquí nacieron sus hijos y supo hacer crecer su familia, tomando como modelo a una de Nazaret. Cuando unos años más tarde yo también llegué a la Refinería, la de Luis fue una de las caras conocidas que me encontré el primer día. De su honestidad laboral y su capacidad de entrega, pueden dar testimonio sus jefes y demás compañeros que convivimos con él. Jamás pidió nada para él, pero si pidió y mucho por sus compañeros más desfavorecidos. Como algunos no entendieron nunca que su reino no era de este mundo, sufrió algunas incomprensiones con humildad y nunca se calló ante la injusticia.

Con los Jesuítas, en su juventud, adquirió los sólidos fundamentos de una fe cristiana que supo hacer crecer con sus obras. Uno de sus grandes pasiones fue el ejercicio físico. Era capaz de enganchar un partido de tenis con otro de futbito sin dar la apariencia de estar fatigado. Nunca recuerdo haberlo visto parado más de unos minutos.

Fruto quizás del viraje que supuso el Vaticano II, acrecentó su amor por los desheredados, pero no de los de África, por los más cercanos, en su mismo barrio y en Algeciras. Asumió el reto, ayudado de su mujer y sus hijos. Aunque algunos intuían las dimensiones del compromiso, yo soy testigo de la entrega de una familia que se quitaba casi todo para dárselo a los pobres. Supo vivir en comunidad cristiana con otras personas afines y sin aspavientos ayudaron a algunas de las parroquias más económicamente débiles.

Cuando el inclemente perro de la droga mordió a los jóvenes del Campo de Gibraltar, él estuvo en los puestos más comprometidos, en los Comités y en el Proyecto Hombre. Luis ha sido en Algeciras un campeón de la solidaridad y la defensa de los derechos humanos, un hiperactivo de Dios. Una cruel enfermedad nos quitó el disfrutar, en estos últimos años, los momentos de contacto con él y otra tan cruel como la primera, se lo ha llevado a la casa del Padre, privándonos de su compañía. Su mujer y sus hijos siempre tendrán el consuelo de que, en el Camino de la Vida, les acompañó un gran hombre, Luis García Ragel. Fue un hombre bueno que nos hizo a todos, mejor. D.E.P.

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