Hay que tener mala suerte para descolgar el teléfono y que al otro lado esté Trump. Hay que tener la inocencia bendita de la niñez para no colgarle el teléfono. Y hay que tener una paciencia infinita para mantener el tipo cuando todo un presidente de los EEUU es capaz de preguntarle a una niña de siete años si todavía cree en Papá Noel. Trump parece empeñado en convertirse en un fantasma navideño, levantando muros, manteniendo alejados a niños migrantes de sus padres y demostrando que ese gran país, enriquecido con sangre italiana, irlandesa, judía, musulmana o sudamericana, ha perdido la cabeza. Afortunadamente son muchas las voces que se levantan en América contra las políticas del republicano, pero si algo tan sensible como la ilusión de unos niños tampoco va a estar a salvo de este ogro quiere decir que la humanidad está mucho más cerca de su desaparición.

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